Desde que se inició la crisis económica, la deuda pública española ha ido creciendo sin cesar hasta situarse en el 97% del PIB a estas fechas, unos 1.023.000 millones de euros, una cantidad inasumible, o dicho de otra forma, una deuda eterna que continúa incrementándose cada trimestre a pesar de los cantos de sirena del Gobierno.

Aunque el desastre financiero europeo continúa creando índices de pobreza cada día mayores, las políticas de austeridad siguen aplicándose sobre las espaldas de la población acrecentando la precariedad económica y laboral, mermando su posibilidad de consumo, aumentando el endeudamiento de las familias y generando menos recursos al Estado, estableciendo, en definitiva, un circulo vicioso que urge romper para salir a flote definitivamente.

España es el segundo país en el que se constata la mayor desigualdad económica de toda Europa, solo superada por Letonia. «El 1% de la población española concentra más riqueza que el 70% más pobre» en estos momentos. Son datos difundidos por Intermón Oxfam en su informe 2014.

Pero ahora hagamos memoria: tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania se encontraba con un 200% de deuda sobre su PIB. Una situación económica insostenible para recomponer el país y ¿cómo remontaron?, pues gracias al Acuerdo de Londres sobre la Deuda, firmado el 27 de febrero de 1953.

En ese pacto se cancelaron gran parte de las deudas que Alemania había contraído antes de la guerra y que eran impagables. En principio se le condonó el 50% de su deuda, y para el resto se le concedió una reducción considerable del interés, estableciendo que el abono de dichos intereses quedaran en suspenso hasta la reunificación de Alemania, hecho que se produjo el 3 de octubre de 1990. Según el historiador Albert Ritshl, este gesto de generosidad por parte de los países occidentales, hizo posible «el milagro económico de Alemania» y no fue hasta 2010, que este, hoy tan próspero y altanero país, pudo dar por concluida la deuda 62 años después, una deuda tan alta que, la de Grecia hoy por hoy a su lado se queda pequeña.

Sin embargo, parece que la memoria histórica de Alemania se ha volatilizado con los vientos a favor y, junto a un coro de gobernantes cuyo sometimiento al capricho de los mercados financieros no es un secreto para nadie, se permite amenazar y coaccionar a los pueblos del Sur de Europa, con una soberbia que bien merece restregarle la historia por los morros.

La condonación y renegociación de las deudas engordadas ilegítimamente sobre los países del Sur de Europa, no solo es posible, sino necesaria. La estrategia del miedo que pretenden poner en marcha para continuar sometiendo a los ciudadanos europeos, no puede dar fruto. Cada día se levantan más voces a favor de esa medida y en contra de un sistema político y económico que ha demostrado de sobra su fracaso. Amenazar a estas alturas con la fuga de capitales en caso de que alcancen el poder determinados partidos de izquierda en la Europa del Sur, no arranca más que sonrisas, puesto que la ciudadanía, llevamos decenios aguantando fuga de capitales a paraísos fiscales extranjeros mientras gobiernan partidos de derecha y de centro, luego ¿de qué patrañas nos están hablando? La corrupción y la evasión de dinero serán una constante en nuestras vidas mientras continúen en el poder quienes lo acaparan hoy y sus antecesores.

El Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, asegura que los mercados financieros, «contemplan a los gobernantes como gestores de sus intereses», por tanto, los problemas de la crisis, se resuelven con el cambio de políticas o de modelo de gobierno, en España y en el resto de Europa.

Son los gobiernos los responsables de la deuda pública, empeñados en rescatar a las entidades privadas bancarias con dinero de todos. Bancos en los que los miembros del gobierno, tienen grandes intereses, amén de destacados personajes afines a sus políticas.

La crisis económica en la que nos sumieron los bancos europeos y cuyas consecuencias venimos sufriendo, algunos, tristemente más que otros, ha sido la excusa perfecta para lanzar una ofensiva de dimensiones portentosas contra los derechos económicos, políticos y sociales de los pueblos en general y los del sur en particular.

En nuestra mano está cambiar el presente y el futuro europeo. No podemos seguir cediendo ante las pretensiones de una cúpula económica inhumana, que olvida la historia cuando le conviene y acalla la razón al precio que sea. Una Europa diferente es posible y una salida económica, equitativa y justa, también. El «no se puede» es una frase que debemos eliminar de nuestro lenguaje y mostrar a las generaciones futuras, que todo es posible cuando la voluntad y la justicia van de la mano.