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El petróleo es un problema cuando sube y es un problema cuando baja. Lo mismo que la temperatura corporal, que por encima de 37 grados es un síntoma patológico y por debajo también. Debe estar siempre ahí, clavada en la rayita roja que separa la hipotermia de la fiebre. No sabemos, en cambio, cuál es el precio ideal de barril de crudo, seguramente no lo sabe nadie, por eso asusta igual cuando está alto que cuando está bajo. A Putin, por ejemplo, no le cabe el miedo en el cuerpo. Ya ven, un tipo que monta a caballo desnudo, que mata fieras en los desiertos helados de Siberia, que se quita a los adversarios de encima como el que espanta una mosca, tiene la mirada perdida en el taxímetro del oro negro.

El problema es que aquellos a los que nos beneficia también estamos asustados porque la caída del barril puede traducirse en deflación. La caída del precio del petróleo lo abarata todo y cuando todo baja, la gente espera a que baje más. En resumen, que no compra y el tinglado tiembla. De ahí las oscilaciones de la Bolsa, que no sabe a qué carta quedarse, si a la de la bondad o a la de la maldad, pues ya decimos que lo de la caída del barril de crudo es bueno y malo a la vez y con la misma intensidad. La deflación es la hipotermia de la economía mientras que la inflación es su fiebre. Aquí hemos tenido unos años de fiebre (aún mal llamados de bonanza) impulsados por la burbuja inmobiliaria y la especulación financiera en general. Ahora llegan los de la hipotermia, como si solo pudiéramos movernos a golpes de péndulo. Nuestros padres decían que la virtud se encontraba en el punto medio. Pero el punto medio de nuestros padres era el purgatorio, donde las torturas son idénticas a las del infierno, aunque duran menos tiempo. Menos tiempo sigue siendo mucho si el martirio consiste en pasar el día en una caldera de aceite hirviendo. Significa que, de poder escoger, nos quedaríamos con el Limbo. Pero no sabemos a qué situación económica correspondería el Limbo. El caso es que lees un artículo sobre las ventajas de la bajada del petróleo y es lo mismo que leer un prospecto médico: la descripción de sus efectos secundarios es tan terrorífica que al final tiras la medicina por el retrete. Vaya.

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