Consciente de la bronca que se avecinaba, Camps retrasó al máximo la madre de todas las batallas con el zaplanismo - con permiso del control de la CAM - : la confección de la lista de Alicante. Para ello, el líder regional del PP siguió su conocido libreto: sordina al asunto, mucha fanfarria de grandes eventos con la Copa del América, blindaje del Consell y, por supuesto, amparo de Madrid, «el primo de zumosol», que dicen los otros. Toda la estrategia campista cuenta con el beneplácito y la coautoría en el diseño de la dirección nacional del PP: desde la designación de apoderados ante las juntas electorales - el inicio de la contraofensiva - a la firmeza en la purga del zaplanismo en las candidaturas. Y aunque el ex ministro ha intervenido en Madrid para dar la cara por los suyos, el momento político del portavoz parlamentario es el peor para grandes contiendas como ésta. A partir de ahí, la criba. Bloqueada la lista autonómica por Camps, Ripoll trata de salvar los muebles con una nueva huida hacia adelante en Alicante, donde Alperi dice que no es moneda de cambio y que si hay que integrar a alguien, los elige él: cede con el presidente de la Diputación y acepta a Valor , pero ni hablar de Mazón y otros miembros del núcleo duro. Laminados primero y vetados después, los afines al presidente provincial se acogen a la legitimidad orgánica y a su amplia mayoría en el partido: si el aparato se cruza de brazos, la mitad de las listas de la provincia no se presentan. Pero es que Ripoll necesita todos los votos para asegurarse la Diputación y recoger a tanto damnificado, en lo que los campistas quieren ver otra baza para que todos se impliquen en la campaña y, a partir del 28-M, ya se verá. Dicen éstos que ceden porque lo mejor es enemigo de lo bueno, que más vale un mal acuerdo que un buen pleito. Pero entre tanto encono y navajeo, ¿les queda tiempo para pensar en la gestión y en los ciudadanos