M e cuentan que en un periódico gratuito se ha publicado la carta de un lector, según la cual en la prensa se ha publicado que el promedio de los salarios en España alcanza los 1.800 euros mensuales. Me da la impresión de que tan deseable dato es, por no decir una trola insultante, una errata de gran calibre; un dato al que le sobra el mil. Ya quisiéramos millones de miembros de la potreadísima clase media española que eso fuera verdad.

La realidad de la calle es muy distinta de la que pinta el Gobierno. Las grandes cifras macroeconómicas, que, según afirman, ponen de manifiesto la buena marcha de la economía nacional, no tienen su reflejo en las masas ciudadanas, donde radica la realidad de la riqueza o la pobreza del país, y esta realidad es que, a parte de los que carecen de todo, de los pobres de solemnidad y de los muchos miles que viven en las calles, millones de familias llegan con serios apuros y dificultades a fin de mes, escatimando en los últimos días hasta en los gastos de alimentación y, por supuesto, sin ahorrar un euro, lo que supone, con sus ingresos, una decepcionante utopía.

Esta realidad entraña que millones de españoles malviven en el umbral de la pobreza, aunque algunos no lo traspasen y no entren en esa carencia. Pobreza es el «escaso haber de la gente necesitada que no tienen lo necesario para vivir», según el diccionario de la RAE. Pues de lo que se trata no es de subsistir, sino de vivir, que es algo más que malcomer todos los días como sea; aunque para muchos, este es un objetivo primordial y no todos los días alcanzable.

Voltaire dejó escrito que «no depende de nosotros el ser pobres, pero sí depende siempre de nosotros el hacer respetar nuestra pobreza». Por eso es una falta de respeto a los necesitados, aunque no sean indigentes totales, asegurar que en toda España se vive muy bien, como afirma descaradamente la vicepresidenta del gobierno María Teresa Fernández de la Vega sin tener en cuenta lo antes expuesto y los muchos más argumentos que se pueden aducir.

Y es también ignorante falta de respeto que la Universidad de California, metiéndose en camisa de once varas, publique los resultados de una investigación propia, cuyo torpe resultado deja malparado y en ridículo el prestigio de sus investigadores. Dicen ellos que los que disfrutan de unos ingresos aproximados de 11.000 euros anuales (785,71 por 14 pagas); pueden considerarse felices porque menos es poco. De Pero Grullo. Felices por no sufrir las penurias de tantas pensiones de hambre de 300 euros o menos. Con esos ingresos, de felicidad, nada. Que lo digan en un país con una renta «per cápita» como la de Estados Unidos, suena a burla estúpida, pero desdeñémosla porque las babosadas del necio se pagan con el desprecio. Los ricos deben de ser más felices ignorando adrede la realidad.

Según nuestro Nóbel de literatura, el dramaturgo Jacinto Benavente, «eso de que el dinero no da la felicidad son voces que hacen correr los ricos para que no los envidien demasiado los pobres». Es cierto que el dinero no puede comprar la felicidad ni la salud ni algunas otras cosas, pero hay que ver lo que ayuda tenerlo para salir de la miseria. Porque, además, no se trata de ser felices (utopía);, sino, -repito- de comer todos los días y llegar a fin de mes sin tener graves preocupaciones o la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas y de pagar los plazos de las hipotecas sin estar empeñados con ellas hasta 45 años, toda una vida, en no pocos casos.

Porque no sólo de pan viven el hombre ni de pagar unos precios disparatados por un piso (en algún sitio hay que anidar); comprado o alquilado, sino de algo más que vivienda, alimentación y vestido. Ahora mismo, sin tener gasto indispensable, el 58 por ciento de los hogares españoles tiene dificultades para satisfacer sus gastos básicos mensuales, mientras los plazos de las hipotecas se encarecen constantemente y la morosidad aumenta de manera alarmante y angustiosa para las familias por el riesgo y la amenaza de embargos a más o menos corto plazo.

Eso de que en toda España se vive muy bien (será ella con su sueldazo); queda paladinamente desmentido por las circunstancias y realidades citadas y otras que todos conocemos. Este dicharacho de la vicepresidenta, soltado en China y para los chinos, es simplemente eso: un cuento chino; en definitiva, una mentira. La coletilla : A veces las estadísticas son armas de dos filos. Por ejemplo, la que indica que el 40 por ciento de los muertos por el tráfico en Semana Santa no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Eso implica que el 60 por ciento de las víctimas sí lo llevaban puesto. ¡Qué peligro! José Sanz Moliner es periodista