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Javier Cuervo

Artículos de broma

Javier Cuervo

Sabina y Fátima

Por los amigos poetas de Joaquín Sabina sabemos que lo mejor que le puede pasar a un artista es un ataque de miedo escénico, como el que sufrió el cantautor al comienzo de su gira. El que no lo sufre ni es artista ni es ná, es un burócrata del arte, insinúa García Montero. Felipe Benítez Reyes le ha diagnosticado un problema de falta de vanidad (¿una reacción invanitaria?). La amistad y la poesía pueden producir efectos tan indeseados como la admiración caníbal que se convierte en indignación y hojas de reclamaciones por un quítame esos bises. ¿No basta un diagnóstico de «miedo escénico»? ¿No hay piedad para los enfermos? No quisiera a ese público tan enfadado de jefe cuando caigo de baja. Si esos consumidores defraudados se aplicaran tanta exigencia como trabajadores caerían en pánico escénico: la autoexigencia es un síntoma de los que llevan a la crisis.

El miedo escénico no necesita un escenario, focos arriba y público abajo: hay actuaciones sociales que producen estrés, timidez, ansiedad, tensión corporal, inhibición, palpitaciones, sudores, ganas de mear, falta de saliva, rubor, escalofríos, náuseas, atolondramiento, miedo al fracaso, al rechazo, al ridículo, farfullo, tartamudeo y pies para qué os quiero.

Esto puede sucederte tanto en la cena de empresa como siendo Sabina, ante un público que ha pagado por verte, conoce tus canciones, cree encontrarse en tus versos, baila a tu ritmo, corea tu nombre y te recibe con una ovación. Ahora imagina que en vez de tú o Sabina eres Fátima Báñez y has firmado unas reformas laborales que han empobrecido a millones de personas dejándolas en el paro o en un empleo de condiciones miserables. No les gusta lo que dices -tu letra- ni lo que haces -tus canciones- y sienten que les has quitado hasta lo bailao. Pues la ministra no tiene miedo escénico y después de la ley de seguridad ciudadana de su compañero de Interior, menos.

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