Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

Opinión

Juan R. Gil

Alivio de luto

Sonia Castedo hizo historia el día que tomó posesión al frente del Ayuntamiento de Alicante: fue la primera mujer en alcanzar esa magistratura. También la hizo ayer, con su renuncia: es el primer político desde la recuperación de la democracia que deja la Alcaldía por un escándalo. Llegó generando una enorme expectación, se va dejando una gran sensación de alivio. Al cargo accedió un animal político, del cargo sale un animal herido.

Todo en su mandato ha estado regido más por las emociones que por la razón. Y el final ha sido digno de tal trayectoria. La situación de Sonia Castedo hace mucho tiempo que resultaba insostenible. Su partido la había abandonado, la mayoría de sus concejales también; eso que llaman las fuerzas vivas de la sociedad alicantina había ido embraveciéndose en su contra y en cuanto a los ciudadanos de a pie, a los que tantas veces apeló, la rebeldía que en su momento pudo parecerles guay ahora les sonaba a soberbia. Castedo puede pensar que sus vecinos la han dejado tirada, pero fue ella quien se fue olvidando de ellos -ausencia tras ausencia, desplante tras desplante ante las cámaras- hasta llegar a largarse faltándoles definitivamente al respeto, como hizo ayer. Los ciudadanos se merecen que un alcalde cumpla con la formalidad tanto cuando recibe el cargo como cuando renuncia a él. Es en el Ayuntamiento, en una comparecencia pública, y no a través de las redes sociales, como hay que dimitir. La democracia tiene unas formas y unas reglas del juego sin cuyo cumplimiento se degrada y se pervierte. A Castedo no la eligieron por facebook, ni por twitter: los ciudadanos tuvieron que salir de su casa, caminar hasta un colegio electoral, enseñar su DNI, escoger la papeleta del PP que llevaba su nombre e introducirla en la urna, dándole a su partido la mayoría necesaria para promoverla a la Alcaldía. Lo menos que cabía esperar es que, a la hora de irse, también la persona que apoyaron mostrara un mínimo de consideración hacia ellos.

A la francesa. Castedo no lo ha hecho así, sino que se ha despedido a la francesa, como un amante despechado. Y eso refleja mejor que nada uno de los principales errores que ha cometido desde que resultó imputada dentro de la causa que investiga el presunto amaño del urbanismo de Alicante a favor del promotor Enrique Ortiz. El error de interpretarlo todo en términos personales, y no políticos. A lo largo de estos años, Castedo ha ido acumulando culpables de lo que le sucedía: la Policía, el fiscal, los jueces, los medios, su partido... Ninguno de esos actores ha provocado por sí mismo su caída. Porque no era una cuestión personal la que se estaba dirimiendo: nunca ha estado acusada de ser rubia o morena, hombre o mujer, alta o baja, guapa o fea; de lo que se le acusaba era de un presunto delito de corrupción en el ejercicio de su cargo. ¿Eso significa que no ha sufrido ataques personales, que no tiene razón en ninguna de las cosas de las que se ha quejado? No. Su caso ha puesto en evidencia muchas carencias graves, desde la lentitud de la Justicia hasta el machismo que todavía campa en una sociedad que ha consentido sin inmutarse que se la llamara literalmente puta en algunas tribunas, algo que jamás hubiera ocurrido de ser hombre. Pero eso no empece el fondo del asunto: a la alcaldesa de Alicante se la imputó por un presunto delito, eso debilitó su situación política (recuérdese a aquella Castedo crecida, apenas meses antes de que la Justicia empezara a actuar contra ella, liquidando rivales -Ripoll o Juan Zaragoza, por ejemplo- sin que entonces le temblara el pulso), su flaqueza condujo al bloqueo de la gestión de gobierno y todo ello acabó en la parálisis de la ciudad. Tenía, pues, que dimitir, no porque fuera culpable o inocente de los cargos contra ella, que eso está aún por juzgar, sino porque políticamente cometió equivocaciones, desde la forma de relacionarse con Ortiz en adelante, que perjudicaban a los ciudadanos. Con eso bastaba. Si lo hubiera comprendido antes, ella se habría ahorrado sufrimiento y la ciudad sofocos. No habiéndolo hecho así, la forma de irse ayer puede ser humanamente comprensible, pero vuelve a resultar políticamente injustificable.

Ni suecos ni tontos. El PP corre ahora el riesgo de pensar que, con su renuncia a la Alcaldía, todo ha pasado. No es así. Ya lo he dicho al principio: la marcha de Castedo hoy por hoy, a expensas de las resoluciones judiciales y de su proceder futuro, resulta para todos, incluso para ella, un alivio. Pero un alivio de luto. Los más jóvenes pensarán que eso es un tema de Sabina, pero los veteranos me entenderán. La ciudad está muerta y si el PP aún respira es sólo gracias a la fragmentación de la izquierda. Castedo no es la primera, sino la segunda gran dirigente popular que tiene que dejar el cargo antes de que acabe la legislatura: aunque parezca que ha pasado un siglo, fue en este mandato y no en otra vida cuando dimitió Camps como presidente de la Generalitat. Eso sin contar consellers, presidentes del Parlamento y otra corte celestial. Así que, si la salida por la tangente de Castedo es censurable, más lo es que el partido que la puso donde estaba tampoco rindiera cuentas ayer. A lo mejor creen que haciéndose ellos el sueco, nosotros nos haremos los tontos. Apañados están, si esa es toda su estrategia.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats