La semana pasada nos enteramos que habían muerto, en un sólo día, cinco personas: dos mujeres fueron asesinadas por sus ex parejas, el novio de una de ellas había sido asesinado también y los presuntos asesinos, que eran dos, se habían suicidado. Esta locura, esta sinrazón se desborda por todos los lados desvelándose las consecuencias terribles que tienen. No sólo mueren mujeres jóvenes, hecho éste insoluble e injusto, sino que, además, muchos menores son asesinados para castigar a sus madres y otros quedan huérfanos en el camino.

En los juzgados vemos como en un porcentaje altísimo los asesinos, una vez conseguido su propósito, se entregan a la policía o guardia civil y confiesan de plano que acaban de matar a su mujer. Lo hacen antes de que se haya iniciado el procedimiento de tal manera que se les puede aplicar la atenuante del artículo 21.4 del Código Penal que dice: «Son circunstancias atenuantes:-4 La de haber procedido el culpable, antes de conocer que el procedimiento judicial se dirige contra él, a confesar la infracción a las autoridades». A mí esto me parece un recochineo absoluto. En efecto si el asesino está en su casa, si la puerta no está forzada y si no hay huellas ni restos de ADN de personas diferentes a los moradores, no es necesario que se entregue ya que al final lo cazarán, confiese o no confiese los hechos. Con esto me pregunto si un hombre que es capaz de matar a su mujer, a la que supuestamente ama, es merecedor de tratamientos especiales cuando él ha abusado de la intimidad del hogar en el que la mujer no puede esperar que la vayan a atacar hasta causarle la muerte, y ello aunque tenga malas relaciones con su pareja, pues si lo sospechara estoy segura de que no estaría en esa casa.

Estos asesinatos son de tal gravedad, desde mi punto de vista, que difícilmente se pueden castigar lo suficiente. Es un abuso de tal calibre, supone una indefensión tan grande de la víctima que da escalofríos solamente el hecho de imaginar la escena. Nos matan con cuchillos, navajas, cuter, hachas y todo tipo de utensilios, algunos de ellos habituales en cualquier casa. El típico cuchillo de cocina se convierte en un arma que te penetra en tantos sitios que morimos desangradas. En muchas ocasiones el menor está presente y sobrevive, en otras es asesinado también. Es tal la bestialidad de las embestidas y es, además, tan sorpresiva, que, indudablemente son asesinatos, en el sentido jurídico, pues ninguna mujer con dos dedos de frente puede sospechar siquiera que su marido la va a matar ya que en el supuesto de que lo sospechara no permanecería en su casa.

Es cierto que no se consigue erradicar la violencia de cualquier tipo a base de Código Penal. Si fuera así no existirían los robos, ni el tráfico de drogas ni la corrupción. Quiero decir que es necesario arbitrar otro tipo de medidas preventivas que permitan proteger a las víctimas, en las que incluyo naturalmente a los menores. ¿Debemos replantearnos la educación? Mi respuesta es un si muy rotundo. Soy de las que piensan de que tendría que haber una asignatura dedicada a la no violencia, una clase en la que se explicase a los jóvenes que la violencia no se puede justificar nunca, ni la de género ni la que existe en el fútbol, y sin embargo se está produciendo también entre ellos. Esa violencia les conduce directamente a la exclusión social, que es lo que el asesino de una mujer se merece. Un gran rechazo social, un cierre de puertas en sus narices, no sólo en su entorno, que de hecho no se produce, sino en todos los lugares.

Sólo vivimos una vez, sólo tenemos una madre y estos asesinos nos roban la vida porque no queremos estar con ellos y hacer lo que ellos quieren y, además, nos roban a nuestras madres dejando a niños desamparados frente a la vida ya que, indudablemente, un hombre que es capaz de matar a su mujer no es merecedor de educar a sus hijos.