Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tribuna

Los reyes de las tinieblas

Se veía venir, y lo que temíamos que sucediese, ya se ha producido: los esforzados miembros de la sección de montaña del CEE que coordinaban la bajada de las antorchas del monte Bolón, arrojan la toalla.

No es para menos. Después del auténtico quinario que han tenido que pasar durante años para controlar lo incontrolable (entiéndase, varios miles de personas con antorchas en el monte, sin apoyo de las instituciones locales en seguridad y orden), han decidido echar el cierre. O mejor dicho, quitar los plomos de esta serpiente luminosa.

Poderosas razones tienen: años de porfía con las autoridades locales, que no están muy por la labor de implicarse en la organización del evento, pese a que se aprobara la tramitación de su declaración de bien de interés cultural, so pretexto de unas razones que, en el fondo, son milongas para justificar un desinterés absoluto por una tradición que atesora más de medio siglo, pero que no «luce» políticamente como otras.

Porque los motivos que se aducen son más o menos peregrinos; a saber: que ni la Policía Local ni Protección Civil pueden subir a la montaña porque no es un acto que se desarrolle en el casco urbano, espacio donde garantizan el orden y la seguridad; y que si subieran no permitirían que se encendiera el fuego, por estar prohibido, dando al traste con el acto.

Y a mí, sinceramente, cuando oigo este tipo de cosas, se me descuelga el maxilar. Porque, vamos a ver, el monte Bolón ¿es o no es un «espacio público»? ¿No es competencia de los Ayuntamientos garantizar la seguridad y el orden de los lugares públicos que se encuentren dentro de su término municipal? ¿No puede recabar el Ayuntamiento de la Generalitat un permiso especial para «hacer fuego» en un acto tradicional como éste, que cuente con el adecuado dispositivo de actuación y seguridad? ¿No se ha convertido el acto, con el paso de los años, en una «genuina» tradición eldense, para disfrute no sólo de los niños de este pueblo con título de ciudad, sino también de los de todo el Valle, que lo contemplan con ilusión? ¿No es cierto que cada vez que cuatro gatos con un pito salen por la calle para protestar o celebrar algo ya tienen un coche patrulla detrás, y varios agentes ojo avizor acompañándoles?

La sección de montaña del CEE reclama un dispositivo de seguridad público en un espacio público que congrega a miles de ciudadanos dispuestos a participar en un acto eldense entrañable y tradicional, ¿es mucho pedir? ¿Se merece menos que cualquier otro desfile o manifestación cívica privada de otra índole?

Como por desgracia ocurre habitualmente, los hechos se nos presentan a la opinión pública de tal forma que los políticos siempre queden incólumes: no han tenido más remedio que darles la razón a los montañeros, y cambiar las antorchas por luces led, se nos ha dicho. Lo que traducido al cristiano significa que el poder público, al que corresponde proteger y promocionar aquellas tradiciones con notable arraigo que singularicen la cultura de un pueblo, hace dejación de su competencia y, en vez de estudiar cómo organizar el acto para que se conserve en toda su esencia garantizando la seguridad y el orden, evita involucrarse y propone el uso de linternas, no sabemos si de colorines, desnaturalizándolo. Ahí queda eso.

Está visto que todo lo que no huela a moros y cristianos, no merece demasiada atención de las autoridades eldenses. En otros lugares de la provincia, por la defensa de una tradición así se hubieran partido el pecho. Hoy en Elda, la tradición es que no se consoliden tradiciones.

Cuando la tarde noche del cinco de enero los niños del Valle agucen la vista para distinguir las lucecitas de Bolón, quizá también descubran inadvertidamente las vergüenzas de los políticos. Eso sí, Papá Noel con cabalgata. Cagalderismo puro; o sea.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats