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Bartolomé Pérez Gálvez

Metadona

Sigue sorprendiéndome la excesiva complacencia con la que, desde la Conselleria de Sanidad, se manejan las políticas de drogodependencias. Si existen realmente éstas, claro. Acepto que es un asunto a veces incómodo y de escaso rédito electoral; sin embargo, y cuanto menos en lo personal, su atención es una tarea enormemente agradecida. A poco que uno no sea del todo idiota, se trata de un negociado fácil de dirigir. Basta con dejar que la máquina funcione sola, sin ponerle más trabas que las que ya surgen en el día a día. Y es que, en honor a la verdad, esta Comunidad dispone -o disponía, quién sabe hoy- de excelentes recursos para afrontar la situación. Sólo es preciso ir adaptando los servicios ofertados, a los cambios en las necesidades de la población a la que se dirigen. Y una pizca de cariño. Poco más.

En esto de las drogas, quien suscribe ha presenciado demasiadas incoherencias en los últimos años. El consumo ha ido creciendo, a la par que los programas de prevención escolar se han reducido drásticamente. Hubo un tiempo en que sólo se aplicaban programas que habían evidenciado previamente su eficacia, llegando a superar el 85% de participación en todos los niveles escolares. Actualmente, Sanidad considera por igual los programas preventivos debidamente estructurados -que apenas llegan al 40% de los centros- que el visionado de una película, como si el consumo de drogas fuera tan simple de prevenir. Y, en lo que respecta a la reinserción, un nuevo recorte de plazas ha dejado a los Centros de Día con el 44% de la dotación con la que contaban hace apenas cuatro años. Son meros ejemplos, pero busquen el indicador que prefieran y observarán la misma tendencia. Mejor no continúo, que la crítica podría llegar a ser un tanto despiadada. Pero hay límites que, cuando se sobrepasan, obligan a dar la cara. Y en eso estamos.

Les pongo en situación y, para ello, permítanme un breve recuerdo histórico. Existe una razón que justifica que las drogas no sean, hoy en día, ese problema que los españoles consideraban como el tercero en importancia hace unas décadas, detrás del paro y el terrorismo. Muy pronto hemos olvidado los estragos de la heroína, con el enorme daño causado a nivel personal, familiar y social. Fue aquella epidemia -y no otro motivo- la que centró el interés de la sociedad en las drogas, quizás más por sus consecuencias en la seguridad ciudadana que en la salud de quienes las consumían. Triste, pero así fue. Y, sin ser la panacea, la piedra angular del cambio fue la apuesta decidida por fármacos como la metadona y los programas de baja exigencia terapéutica. En la Comunidad Valenciana bastó con aumentar el acceso al tratamiento, pasando de dos puntos de dispensación a más de cincuenta, para que el número de pacientes que abandonaron el consumo de heroína se multiplicara por seis en apenas cinco años. Y, con ello, el problema social -que no el humano- quedó reducido a la mínima expresión. Cuestión de lógica.

Esta semana nos enterábamos que a la Conselleria de Sanidad se le ha olvidado convocar el concurso público que rige este servicio, cuando sólo restan diez días para que concluya el contrato actualmente en vigor. En otros términos, que el 1 de enero podrían verse abocados al cierre los centros de Cruz Roja que, desde hace más de 20 años, elaboran y dispensan los tratamientos de metadona. Casi cinco mil pacientes necesitan diariamente recibir su dosis de ese medicamento desde Vinaroz hasta Orihuela, incluyendo al 8% de los internos de algunos centros penitenciarios de la Comunidad. Imaginen a esta multitud -recuerden, de enfermos- sufriendo un síndrome de abstinencia al unísono, como resultado directo de la dejación de funciones de los que debieran velar por su salud. Véanlo desde el punto de vista que deseen: humano, sanitario o, incluso, como un problema de seguridad ciudadana. Tranquilos, no pasará. Dicen que están negociando, que hay solución aunque contrarreloj. Pero hemos estado al borde de que sucediera -de hecho aún no hay nada firmado- y eso ya es kafkiano.

Junto a los enfermos y sus familias, hay que considerar también como potenciales perjudicados a quienes se juegan el puesto de trabajo por la negligencia de Sanidad. A la vista de que no se preveía contrato alguno con la Generalitat, Cruz Roja adelantó a sus trabajadores que se verían en la calle en unos días. A riesgo de parecer egoísta, si ellos pierden el trabajo, la sociedad valenciana se queda sin los profesionales que mejor saben lidiar con este toro. Como toda entidad, Cruz Roja aporta la marca pero detrás hay un capital humano. Si durante más de dos décadas ha realizado un trabajo excepcional en la Comunidad Valenciana, ha sido fundamentalmente por la calidad personal y profesional de sus trabajadores. Ellos son los responsables últimos de que se hayan evitado muchas sobredosis, de que la calidad de vida de estos pacientes mejorara espectacularmente, o de que enfermedades como la tuberculosis o el SIDA no se hayan extendido más por estas tierras. Mal harían en perderlos.

Me dice una colega que cuente la cruda realidad. Pues no hay otra. Casi cinco mil enfermos, muchos de ellos con vidas totalmente normalizadas gracias a la metadona, a los que se les iba hacer pasar nuevamente por el calvario de la abstinencia, del «mono». Cuando no algo peor, como una recaída. Cualquiera que conozca un poquito este mundillo es consciente de que los errores de este calibre conllevan una rápida respuesta en el mercado. Vaya, que como comentaba alguno de los afectados, los camellos ya andan ojo avizor para ver si hacen su agosto en plena Navidad. Es norma habitual que, cuando la metadona escasea, se incremente la venta de heroína. Son vasos comunicantes que Sanidad se ha permitido el lujo de abrir durante unos días. Ahora hay que tranquilizar a los pacientes, tarea que se encomienda a los profesionales que les atienden. Los responsables, como es obvio, no darán la cara.

Esta es la realidad sin tapujos, la evidencia del desinterés por dar respuesta en tiempo y forma. Cinco mil vidas que no han merecido atención hasta que ha estallado el problema. Digo yo que ya podrían haberlo pensado antes ¿no?

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