Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Llopis

Opinión

Javier Llopis

Dolorosas comparaciones

El puente de San Jorge. La fortuna de la modernidad en Alcoy» es un libro apasionante, en el que el arquitecto Juan Francisco Picó nos cuenta la aventura de la construcción de la obra pública más importante de nuestra historia moderna. Este trabajo imprescindible tiene, sin embargo, una cara muy dolorosa: nos coloca ante la obligación intelectual de comparar la ciudad que generó aquella emblemática infraestructura con el Alcoy de nuestros días. Las comparaciones siempre son odiosas y en este caso, más. La misma población que asombró al mundo hace noventa años levantando este espectacular monumento civil al Art Déco es la que permite ahora de forma mansurrona la existencia de los dos edificios de La Estambrera, que han acabado por destrozar la perspectiva visual de un puente, que con el paso del tiempo se había convertido en una imagen de marca y en un símbolo identificativo de la ciudad.

El Alcoy del puente de San Jorge era un hervidero en plena expansión, en el que también se estaba construyendo la línea férrea a Alicante, la Escuela Industrial y el Banco de España. Era una comunidad en estado de explosiva efervescencia, en la que se publicaban quince periódicos diferentes y en la que la pujante burguesía industrial y el activo movimiento obrero eran capaces de alcanzar unanimidades respecto a la necesidad de infraestructuras urbanísticas y de mejoras de las comunicaciones. Muy poco que ver con el Alcoy actual; una sociedad deprimida y furiosamente dividida, con su modelo productivo en estado de crisis permanente y con graves problemas económicos para afrontar la solución de los problemas más básicos de su intendencia municipal.

Nada ejemplifica mejor este cambio de estado de ánimo que el entorno en el que se construyen los dos polémicos edificios de La Estambrera. La ciudad que a principios del siglo XX se jugó el tipo en su apuesta por la modernidad estética y por la belleza arquitectónica acepta ahora en nombre de la especulación inmobiliaria dos inmuebles, que suponen un atentado irreparable al elemento más querido de nuestra skyline. Juan Francisco Picó resume perfectamente en su libro esta situación y al referirse a los dos bloques de pisos señala que «su arrogancia expresa su propia miseria intelectual en primer fila y de cara al mundo, su incompetencia disciplinar y su provincianismo a todo volumen. Transmite la ignorancia y el desprecio a un modo de hacer ciudad, que tantos esfuerzos supuso». Son palabras muy duras, que están totalmente justificadas; sobre todo, si se piensa que la visión de estos dos enormes mazacotes nos acompañará por los siglos de los siglos, como un elemento desagradable y omnipresente de nuestro día a día, que nos recordará para siempre los tiempos de la locura y del enriquecimiento rápido del boom del ladrillo.

Sólo desde el desconocimiento de nuestra historia (llena de momentos brillantes y de motivos de orgullo colectivo) resulta posible explicar la resignación con la que se han digerido chapuzas urbanísticas de este calibre. Sólo desde el patológico desprecio que sienten los alcoyanos hacia su valioso y variado patrimonio arquitectónico (ya sea industrial, urbano o monumental) se comprende el ambiente de normalidad social con el que se ha contemplado un acto que supone la privatización y la destrucción de uno de nuestros bienes más sagrados e irrenunciables: el paisaje.

El autor de este libro -un texto que debería ser de lectura obligatoria en todas las escuelas alcoyanas- sintetiza la triste historia del proyecto de La Estambrera con unas frases cargadas de razón y de clarividente pesimismo: «esta operación expresará para el futuro la clase de sociedad que produjo tales desmanes y honrará así su mediocre memoria». Más claro no se puede decir.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats