Sucedió en Madrid la semana pasada. En una sesión plenaria en la asamblea de la capital el portavoz de la oposición propone y defiende que se abran los comedores escolares estas navidades para que los niños «tengan garantizada al menos una comida caliente cada día». El presidente de la comunidad madrileña, Ignacio González, simplemente contestó que «lo que hay que hacer en la Comunidad de Madrid, desgraciadamente también, pero en sentido contrario a lo que ustedes dicen, es tratar el problema de la obesidad infantil. Es lo que dicen los estudios de los profesionales de la Sanidad». Y tan pancho se quedó el hombre.

Porque si es verdad que en España hay, cada vez más, un elevado índice de niños y niñas con obesidad, no es menos cierto que sólo en Madrid están contabilizados doscientos doce mil hogares con todos sus miembros en paro y uno de cada tres empleados cobra menos de 650 euros al mes. Para más datos el último informe de Cáritas, en el que afirma que nuestro país es el segundo miembro de la Unión Europea con el mayor índice de pobreza infantil, sólo superado por Rumania. De manera que no se entiende, de ninguna de las maneras, que el presidente de Madrid haya recortado en esta legislatura setenta mil becas de comedor escolar y su homónimo presidente de la Nación no haya tomado medidas legislativas para evitar tanto descrédito y vergüenza.

Hoy en día las retahílas de frases recurrentes como el sí o el no, el todo o nada, el blanco o el negro, no sirven para nada. Porque entre el sí y el no existen matices que resolver, entre el todo o nada hay cuestiones intermedias y entre el blanco y el negro se encuentra el gris, que recoge tonos de los dos colores. No se puede ser tan maximalista a la hora de sentenciar frases que hieren sensibilidades, ni se puede ser tan extremista para defender justo lo contrario de una razonada propuesta. El que haya obesidad en sectores de la población no oculta que existan personas con enormes dificultades para llegar a fin de mes o para llevarse algo a la boca.

El avestruz, ante una amenaza, se tapa los ojos con el ala en vez de salir corriendo; el político, ante la denuncia de unos hechos, invoca al «y tú más» o alardea de lo contrario. Reacciones envalentonadas y poco serias al fin y al cabo. La respuesta del dirigente popular es imitar el hábito del avestruz, vendarse los ojos ante una evidencia y contraatacar con una estupidez. Pues corresponde a las instituciones políticas erradicar la pobreza, más la infantil por resultar más cruel, y corresponde al ciudadano obeso o a los padres y madres de niños tripudos visitar al nutricionista de turno para solucionar el dietético problema.

Reducir kilos es una tarea individual que requiere cierto esfuerzo de disciplina alimenticia y determinado ejercicio físico, comer decentemente demanda un compromiso social por parte de las instituciones para preservar de la dignidad a una población cada vez más marginal. Por tanto, son dos situaciones distintas y dos problemas absolutamente diferentes, pues no es lo mismo sufrir, para no engordar más, que padecer por no poder alimentarse. Queda claro entonces que la gula nada tiene que ver con el hambre, salvo en la hipotética relación que pueda existir entre el exceso o el defecto.

Se consumen ahora, inexorablemente, los últimos días de la última hoja del calendario y suspira otro año. Viene galopando la Navidad y se asoma otro largo curso con doce hojas que pasará como un soplo. Los obesos cogerán algún otro kilo de más que costará reducir, los hambrientos soñarán con un apetito insaciable pero imposible, porque turrones, pavos, mariscos y otras exquisiteces sólo lo verán en los anuncios o en los escaparates. Sus estómagos y paladares sólo estarán receptivos, con suerte, para una sopa caliente.

Unos quedarán indigestados por comer demasiado y otros quedarán empalagosos de tragar sólo bilis. Pero lo que de verdad empacha es ver, día sí y otro también, a políticos mediocres y sin estómago diciendo estupideces. Feliz Navidad y Año Nuevo. Buen provecho.