Veamos:

1.- Bien está aplaudir a la Iglesia porque, cumpliendo con su deber de institución social, al margen de divinidades, expedienta a quienes cometen pederastia. El aplauso debería reducirse, simplemente a «ya era hora».

2.- ¿Acaso elimina tal sanción clerical la causa de los males que pretende erradicar?

3.- De ninguna manera: lo que debe evitar es esa causa; y para ello precisa afrontar la autocastración de su filosofía, y darle solución, que es:

4.- Permitir darle al cuerpo lo que es del cuerpo, así como intenta darle al alma lo que le pertenezca. Es decir:

5.- Si los dioses o la Naturaleza forjaron al hombre y la mujer con un impulso sexual que necesitan satisfacer, amputarla no es más que activar la olla que no puede dejar salir el vapor y acaba estallando. ¿Por qué, entonces, pretende convertir a monjas y sacerdotes en ollas que explotarán y herirán a quienes les rodeen?

6.- ¿Por qué esa castración de la carnalidad, si ya se sabe que produce disturbios y sicopatías?

7.- ¿Es incompatible el ejercicio de la sexualidad con el de la dedicación al espíritu, o bien este se siente más preclaro sin la ceguera que provoca la insatisfacción corporal?

8.- ¿Cómo va a entender, y aconsejar responsablemente, un sacerdote -por ejemplo, el Papa- a sus semejantes si no experimenta, siente, vive y saca conclusiones desde las mismas premisas experienciales que todos los seres humanos, sabiendo además que las vidas de estos giran alrededor del sexo, el amor y las relaciones de familia?

9.- Si la Iglesia se opone, por ejemplo, a la manipulación genética en el laboratorio, por qué impone la eliminación sicológica del gen de la sexualidad en el laboratorio de la vida?

10.- ¿No es mejor respetar la naturaleza humana en la tierra que extirparle los órganos que no caben en el cielo?