Todo sucede en una noche de jueves, una de tantas de las que se celebran actos lúdicos y culturales, una de las que toca asistir, con prisas y carreras tras el trabajo taconeando por las calles y corriendo para llegar con la debida puntualidad. Entre carreras y suspiros te presentas ante el lugar donde se celebra el acontecimiento. Cuando me plantifico allí delante, digo, en el puerto de Alicante -mira por donde que rima y todo-. Me deslumbran unas impresionantes luces y antes de entrar al evento, por un instante, empiezo a pensar. No se si estoy ante lo mejor de los tiempos, lo peor de los tiempos, ante la época de los listos o la época de los tontos, ante un momento de éxtasis visual o un momento de tinieblas. Si aquellas luces me poseían o yo las poseía maléficamente. No existe comparación. Solo puede tener lugar la calificación de esperpento y hortera irremediable para la fachada del Casino del Puerto de Alicante. La comparación solo podría aceptarse en grado superlativo. Horripilante. Por mas que se intente, ni con el ambiente navideño se puede disimular tan singular y macarra diseño.

De pronto, ensimismada ante tanto derroche de glamour ciudadano, provinciano o español, un tropezón. ¡Caramba, no me creía tan torpe! ¿Será que alguien me ha dado una patada? Ni me han dado una patada ni me han echado a puntapiés de ningún sitio. Casi rodamos por los suelos pero no por nuestra voluntad ni por ir descontrolados. Sin el menor reparo habríamos caído con dignidad y a buen seguro que con alguna rotura o torcedura en pies manos o a saber si caderas.

Así que entre tanto pensamiento filosófico y un tropezón tras otro, no vayan a pensar que solo hubo el primero, que aquello era interminable, no seguiremos hablando de las mil y una noches, sino de las mil y una trampas que rodean el acceso al Casino ubicado en el puerto. Me refiero al pavimento de IPE o teka que se encuentra a la entrada y que ocupa una considerable extensión, es decir, un gran espacio de suelo en los alrededores. Un pavimento que necesita de mantenimiento y parece ser que a quien compete el asunto se ha olvidado o ignora la importancia y la gravedad del mismo. No debe pisar un pie por allí. Hay que lijarlo, barnizarlo, y reforzar las tablas con revisiones periódicas. Hay que reforzar el fijado por tornillería al rastrel de todas y cada una de las tablas de madera que componen el pavimento. Cuando todo esto se deja de hacer, el pavimento deja de estar bien fijado al suelo, las tablas de madera se levantan al pisar, hay trozos con importantes huecos que no contienen madera ni suelo, distancias que aumentan entre tabla y tabla y un largo etcétera.

Todo esto al caminar no se aprecia hasta que no has metido la pata y te has torcido como mínimo un tobillo, o se te ha quedado el tacón anclado sin posibilidad de sacarlo. Hablamos de un pavimento con muchas tablas, y las roturas y destrozos se suman como en el Arca de Noé de dos en dos. Los que pagamos el pato como los patos de dos en dos , somos quienes tenemos la mala suerte de haber pasado por ese lugar. ¿Quién paga las consecuencias de la dejadez del mantenimiento del pavimento? Los ciudadanos, visitantes y turistas en general. No olvidemos que Alicante vive del turismo y un elevado porcentaje de turistas pasa por ese lugar. ¿Cómo se pagan esas consecuencias? Con una lesión que puede ser desde leve a muy grave y en ocasiones hasta irreversible. ¿Que hace el responsable de ese pavimento para este en las condiciones necesarias con la finalidad de garantizar no causar un perjuicio a los transeúntes? ¿A quien debería preocuparle que en el estado que se encuentra a día de hoy no se produzcan accidentes?

El casino de Alicante a pesar de la crisis subsiste. Caso contrario a lo que sucedió con el Casino de Villajoyosa, por citar algún ejemplo, que cerró sus puertas hace cuatro años pillando a todos por sorpresa, incluidos los empleados. Aquí la sorpresa no es que sobreviva a la crisis el casino de Alicante, la sorpresa es que a pesar de tantos ríos de tinta y opositores que entraron en acción para que se quitaran las preciosísimas lucecitas que adornan su fachada y hacen chirriar la vista a todos los visitantes y vecinos de la ciudad, a pesar de todos los esfuerzos, las luces sigan ahí. Como decía mi abuela, más tiesas que un ajo.

Dicen los entendidos que las marcas que dan prestigio a las ciudades son los casinos, hoteles de lujo y empresas con relevancia entre otros.

Es triste que un puerto con orígenes iberos y romanos, donde prosperaron sus poblados y sus famosas industrias conserveras de pescado, y que en la edad media destaco con su notoria importancia como puerto árabe, que hoy es una seña de identidad turística sin igual, dé estas patéticas muestras de usura y riesgo para los que pasean por la zona. Para el turismo que nos visita.

Extraños caprichos tiene la casualidad. Después de todo lo vivido y el peligro al que nos están exponiendo, hasta yo lo haría mejor que usted, señor responsable. ¿Quiere que se lo demuestre?