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Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

Matar el hambre a tiros

n enero de 1918 la ciudad de Alicante estaba sumida en una grave crisis de subsistencias por la escasez y encarecimiento de los artículos de primera necesidad. El 16 de enero, el periódico «La Correspondencia de Alicante» señalaba a los culpables, a «los negociantes del hambre», denunciando la actuación de los acaparadores que «se aprovechan de la indolencia y de la apatía de las autoridades, y abusan escandalosamente y explotan y engañan al público», poniendo como ejemplo lo que sucedía con el carbón, el principal combustible usado en todas las casas alicantinas:

«(…) El vecindario acude a las carbonerías a surtirse de una insignificante cantidad de combustible para atender a las necesidades del día y después de esperar horas y más horas de turno para conseguirlo, la mísera cantidad de carbón que adquiere resulta mermada en el peso y por ende mezclado con tierra, piedras y mojado. Y esos desaprensivos expendedores de carbón tienen a la puerta de su establecimiento una pareja de guardias para mantener el orden, y en las mismas barbas de la autoridad defraudan al comprador.»

La primera manifestación de protesta contra los excesivos precios de alimentos y combustibles se llevó a cabo el viernes 18 de enero. A las diez de la mañana, dos docenas de mujeres y muchachos se presentaron en la puerta de la Fábrica de Tabacos para pedir a las cigarreras que se sumaran a la manifestación. Después de discutirlo entre ellas, las operarias decidieron incorporarse a la protesta, encabezándola.

Conforme la manifestación recorría la calle de San Vicente y otras más céntricas, fueron agregándose a ella más mujeres y obreros, que actuaron como improvisados piquetes, consiguiendo el cierre de los comercios y talleres, entre algún que otro cristal roto.

Más de tres mil manifestantes, en su mayoría mujeres, se presentaron ante el Gobierno Civil, en la calle de San Fernando. Una comisión fue recibida por el gobernador Pantoja, quien prometió solucionar rápidamente el problema de las subsistencias. Promesa que repitió al resto de manifestantes desde un balcón. Pero entre la muchedumbre se oyeron voces que replicaron: «¡Menos orden y más pan!» y «¡El hambre no se va con palabras!».

Acto seguido la manifestación prosiguió hacia el Ayuntamiento, congregándose en la plaza Alfonso XII. El alcalde Pobil recibió a la comisión y formuló parecida promesa de mejorar la situación de las subsistencias, anunciando luego desde el balcón que convencería a los fabricantes y comerciantes para que se produjera inmediatamente una rebaja en el precio del pan y de las patatas.

La manifestación se disolvió y volvió la normalidad a la ciudad. Por la tarde los comercios abrieron sus puertas. Pero un grupo de mujeres y niños fue al muelle a las dos de la tarde y, enfurecidos al ver que se disponían a embarcar alimentos, arrebataron gran parte de ellos, arrojando al mar setenta sacos de harina, jaulas con aves, y bocoyes de vino y pimentón.

Cada vez más numeroso y con presencia nuevamente de obreros, el grupo de amotinados asaltó un carro cargado con mercancías, parte de la cual fue arrojada también al mar, y recorrió luego la calle Mayor, cerrando comercios y rompiendo algún que otro escaparate. En la calle Altamira volcaron un tranvía. Se dirigieron a la plaza Balmes, donde los asentadores del Mercado tenían sus mercancías, pero no tuvieron acceso a ellas porque las protegía un contingente de guardias de Seguridad. Se trasladaron entonces a la fábrica de harinas, pero la encontraron igualmente protegida por la Guardia Civil. Como en la plaza Balmes, llovieron piedras, hubo algunas cargas policiales y los guardias dispararon varias veces al aire. Una mujer fue detenida.

Ya de noche, los disturbios continuaron por distintos puntos de la ciudad. Un grupo de mujeres se congregó frente al Gobierno Civil para reclamar la libertad de la detenida y casi todos los establecimientos públicos (teatros, bares, etc.) permanecieron cerrados. Piquetes de la Guardia Civil (algunos recién llegados de la provincia) vigilaron los lugares estratégicos de la ciudad y se censuraron los telegramas de prensa, para evitar que trascendiera la noticia de lo acontecido al resto de España.

Al día siguiente los periódicos alicantinos ofrecían titulares como «El hambre se desborda» y «La explosión del hambre». Pero lo peor estaba por llegar. Aquel sábado 19 de enero algunos alimentos básicos (verduras, pescado) se pusieron a la venta con precios ligeramente inferiores. Pero, al agotarse demasiado pronto el cupo de pan barato (0,45 pesetas/kilo), se reprodujeron las protestas. Grupos de mujeres, obreros y niños se dirigieron a la plaza Balmes, donde se enfrentaron con piedras a la Guardia Civil montada y guardias de Seguridad. Después subieron por la calle San Vicente hasta la Fábrica de Tabacos, cuya entrada estaba custodiada por guardias civiles. Las cigarreras se unieron a los manifestantes y pronto se intensificaron los disturbios en la calle de San Vicente y frente a la Plaza de Toros, con cargas policiales respondidas con pedradas. Hasta que la Guardia Civil recibió la orden de disparar.

Más de veinte heridos de diversa consideración fueron atendidos en la Casa de Socorro, el Hospital Provincial y el dispensario de la Cruz Roja. Muchos otros, más leves, fueron curados en farmacias. Casi todos eran mujeres y niños.

En los centros sanitarios ingresaron cadáveres por disparos el niño de 13 años Ramón Giner Ronda y el jornalero Antonio Pastor Jover, de 21. El niño de 12 años Emilio Espuig Pastor falleció pocas horas después como consecuencia del tremendo sablazo que le hundió el cráneo.

El domingo fue un día extraño. Tranquilo pero tenso. La indignación entre los alicantinos empezó a crecer por la tarde cuando se supo la versión oficial publicada en la prensa nacional, según la cual los guardias civiles respondieron a los disparos con que fueron hostigados desde balcones y terrazas. Como diría «Diario de Alicante» al día siguiente: «Después de la ofensa la burla». En respuesta, durante aquella noche del 20 al 21 y siguientes, los alicantinos protestaron ruidosa y multitudinariamente con cencerradas dirigidas contra el gobernador civil, que era militar. El escritor francés Valery Larbaud, que a la sazón vivía en la ciudad, describió la primera de ellas en su diario: «Esta noche han dado la gran cencerrada al gobernador, señor Pantoja, el hombre de la nariz larga. El ruido comenzó a las nueve de la noche exactamente, y todos los habitantes de Alicante, hombres y mujeres, se unieron a él. Fue un continuo, ininterrumpido silbido unánime, hasta las diez, en que cesó».

El lunes 21 solo estuvo abierto el mercado hasta las nueve. Todos los establecimientos permanecieron cerrados. No circularon los tranvías ni los carruajes públicos. A las once de la mañana, una manifestación encabezada por el alcalde se dirigió al cementerio para dar sepultura a los tres jóvenes muertos el sábado. Más de 20.000 alicantinos dieron un último homenaje a las víctimas. Al regresar, muchos se concentraron frente al Gobierno Civil para exigir la dimisión del gobernador. La Guardia Civil no se dejó ver en todo el día.

Aunque todavía no era de dominio público, el gobernador había dimitido esa madrugada, cediéndole el cargo provisionalmente al presidente de la Audiencia Provincial.

Pocos días después falleció Milagros Amorós Belmonte, de 55 años, vendedora de churros en el Mercado, como consecuencia de la herida de bala que recibió el día 19.

Uno de los heridos que sobrevivió fue Vicente Cuenca Molina, un carretero que recibió un balazo en el costado derecho y que fue atendido primero en la Casa de Socorro y después en el Hospital Provincial. Por la prensa sabemos que era natural de Agost y que vivía en el número 3 de la alicantina calle París. Pero gracias a un sobrino-bisnieto suyo, Alfredo Campello Quereda, conocemos más detalles de su biografía: Nació el 12 de enero de 1899, por lo tanto tenía 19 años cuando fue tiroteado por la Guardia Civil aquel 19 de enero de 1918 cerca de la plaza Balmes. Se casó el 2 de abril de 1921, en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, con Ana Ortiz, la primera alicantina que poseía carné de conducir. Y murió fusilado por republicano en las tapias del cementerio al final de la guerra civil, según contaba su sobrina (abuela de Alfredo). Su nombre no aparece en el registro del cementerio ni en la lista de ejecutados del monumento de la fosa común, por lo que puede formar parte de ese grupo de desaparecidos (y ejecutados), cuyos restos se ignora dónde pueden estar enterrados.

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