Que «Podemos» convierte en actualidad todo lo que toca, lo sabemos y así lo mencioné en mi artículo anterior. El caso Errejón y su contrato en la Universidad de Málaga es prueba de ello. Dos son las irregularidades administrativas que señala Daniel Ríos en su artículo de Infolibre: «La verdad sobre el contrato de Íñigo Errejón». Por una parte, la modificación del contrato para eximirle de la obligación presencial que se hizo de forma verbal y no por escrito, y el hecho de no haber solicitado la compatibilidad para cobrar de Podemos, que la UMA le hubiese concedido. Bien es cierto, como también señalan este y otros artículos, que estos dos asuntos son el nudo gordiano de la polémica porque en los ámbitos universitarios se suele hacer: un contratado compatibiliza dos o más trabajos y a menudo, el desarrollo de una investigación se basa más -según los ámbitos- en los trabajos entregados -papers-, que en la presencialidad. Muchos investigadores de Humanidades investigan y publican trabajando desde casa; otro ejemplo, el disfrute de un año sabático, algo que contempla la ley, se hace desde fuera del lugar de trabajo. No seré yo quien defienda una irregularidad, máxime cuando Podemos ha jugado con fuego: ha exigido limpieza y honestidad absoluta y ahora esa exigencia se le aplica a ellos. Sin embargo, el caso Errejón ha tenido un eco mediático que ha sobrepasado el hecho puntual, se ha intentado generalizar a toda la Universidad y de paso, contribuir al desprestigio de la misma.

Este caso ha generado una pléyade de artículos y comentarios. El Diario El País iniciaba casualmente el lunes una serie sobre la calidad de la formación universitaria y su primera entrega era «La endogamia consume la Universidad», acompañado de un artículo de opinión muy crítico, aunque no exento de realidades, del escritor Félix de Azúa. Para los detractores de la Universidad pública, su principal problema es la endogamia universitaria. Un 73% es la cifra que nos ofrecía este periódico. El titular merece una reflexión. ¿Acaso el que un profesor proceda de su misma universidad significa que es peor profesor? Para quienes no lo sepan, los profesores de Universidad nos sometemos a encuestas del alumnado que nos evalúa en cada asignatura que impartimos. El resultado lo conocen las autoridades académicas y debe presentarse para acceder a cualquier promoción. No creo que exista más endogamia en la Universidad que la que se da en cualquier otra institución u organización. ¿Acaso no hay endogamia en los partidos? ¿Cuántos políticos con cargos relevantes proceden de la calle? La mayoría es personal casi funcionarial de los partidos y no por ello me atrevería a decir que todos son pésimos. Cuando un médico accede a Jefe de Servicio se le tiene en cuenta la labor desarrollada en el hospital en el que pretende promocionar. Es cierto que algunos problemas de la Universidad se deberían abordar, véase el amiguismo, la precariedad laboral o la excesiva jerarquización en los Departamentos -unidades cerradas de por vida porque el sistema actual y nuestros deseos personales (mi casa, mi pueblo, mi entorno,?) dificultan la movilidad del profesorado universitario, incluido el funcionario-. Pero ello no significa ni que todo el profesorado que procede de dentro sea malo ni que todo el que entra en la Universidad lo hace por enchufe.

Cuando pensamos en la Universidad, pensamos en unos señores -los hombres son mayoría entre los catedráticos- que poco hacen para el sueldo que cobran. Hay de todo como en el resto de profesiones. Se nos olvida que en la Universidad pública hay contratos precarios que son los que soportan mayores cargas de trabajo, que hay becarios cobrando mil euros con un currículum brillante y a quienes se les invita a salir del país. Se nos olvida que hablar de Universidad pública es hablar de investigación que salva vidas o hace la vida más cómoda. El equipo que ha salvado del ébola a Teresa Romero pertenece a equipos que investigan en la Universidad y en el CSIC. Se nos olvida lo poco que se invierte en Ciencia o que la investigación en los grupos competitivos e incluso la individual, hace a menudo inviable la conciliación familiar y profesional. Es verdad que la Universidad española pasa por momentos difíciles. La precarización, la falta de movilidad o el conformismo del profesorado -la protesta y la reivindicación son incómodas para el gobierno de las universidades y parece que si quieres que el sistema mejore es que no mereces el puesto que tienes-, son algunos de los temas sobre los que convendría abrir un debate interno. Quisiera terminar con una reflexión. Lo que es hoy la Universidad española -con más luces que sombras- es el resultado de sendos gobiernos del PSOE y PP -he visto cuatro planes de estudios desde que entré en la UA en 1992-, incluidas las puertas giratorias que se han dado. Por tanto, me alegro de que «Podemos», una vez más, haya destapado la caja de Pandora de la Universidad española. A los dos grandes partidos les pido que reflexionen sobre ella, sin pasiones ni fobias, y a Podemos le pido que nos hablen de su proyecto de Universidad. ¿Quién se atreve?