Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Normalidad absoluta

Contra lo que sugieren los índices de audiencia de los programas de televisión o los resultados electorales, la gente ocasionalmente se comporta con sensatez y ayer pudimos comprobarlo. El recibimiento al Atlético de Madrid fue idéntico al de otras ocasiones, es decir, moderadamente hostil pero no agravado por el aquelarre del domingo pasado, y los insultos protocolarios al visitante cubrieron el guión tradicional sin incurrir en excesos. De la misma forma que sería del género memo odiar a la música porque Raphael sea cantante o a los portugueses porque frían el marisco con mantequilla, también es una bobada identificar a la parte con el todo cuando hablamos de equipos de fútbol. Con mayor motivo en este caso, ya que eso es precisamente lo que buscan los mamporreros: la patente exclusiva del aficionado comprometido con sus colores. Una buena forma de negársela es saber distinguir a la mayoría de las excrecencias.

Eso fue lo que ocurrió: otro partido tradicional entre Elche y Atlético. O lo que viene a ser lo mismo, un entrenamiento de los de Simeone a 400 kilómetros de Madrid que obedeció escrupulosamente las reglas de lo previsible. Es previsible que el Atlético marque uno o dos goles jugando al trote y es previsible que el Elche sólo pueda conseguir uno si utiliza armamento nuclear, algo que prohíbe la FIFA. El partido duró lo que Giménez tardó en redondear un tiralíneas con fuera de juego incluido ante la samaritana defensa del Elche. Los restantes setenta minutos fueron tan apasionantes como los discursos de los portavoces del grupo mixto en el Congreso y bien que lamenté que algunos partidos no se jueguen sin detener el cronómetro.

El Atlético de Madrid hizo lo que ha elevado a «modus vivendi»: encastillarse en una zona inexpugnable, distribuir velocidad y robustez en proporciones similares, aburrir deliberadamente a los espectadores de los cinco continentes y propinar finalmente un latigazo. El Elche también hizo lo que sabe: nada. Se ha llegado a tal punto de desconcierto sobre su juego que la única diversión del aficionado es averiguar en qué minuto Damián y Jonathas organizarán una trifulca absurda. Ayer ganó Damián: le bastaron dos minutos para saludar con su codo a Mandzukic. En cuanto a Jonathas, el mejor jugador del equipo con diferencia, le perjudica su tendencia a robar balones, centrarlos al área y acudir a rematarlos él mismo. Vendría a ser un desaprovechado Diego Costa con peinado de marine, una comparación elogiosa que probablemente no le consuele. Pero esto es lo que hay hasta que arriben los refuerzos. Parece que zarparon de Manila hace un mes y siguen la ruta de Helsinki.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats