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Manolo Alarcón

Opinión

M. Alarcón

«¡Cuánto me estáis apretando hoy!»

Este diario dedicó tres días el pasado octubre para describir una práctica vergonzante en la que habrían participado los dos anteriores alcaldes del Ayuntamiento de Bigastro. El volumen de datos que teníamos sobre la mesa, el hecho de que la Inspección de Trabajo sancionara en firme con 60.000 euros al municipio por dar de alta a 48 trabajadores para que se beneficiaran de subsidios, de paros o de futuras pensiones y a los que se les pagaba sin dar un palo al agua, porque así lo han declarado en el juzgado, nos aconsejó dar a nuestros lectores el veneno en pequeñas dosis. En Bigastro, como en tantos otros municipios, uno sólo se entera de lo que está pasando cuando echan al que gobernaba y los que vienen por detrás, que muchas veces no saben hacer más que seguir siendo oposición, dedican buena parte de sus esfuerzos en contrastar que aquellos indicios que tenían eran ciertos; en definitiva, siguen desde un puesto con mando fustigando al rival más que preocupándose por la gestión. Piensan que ahí está la clave para repetir en el cargo.

A un político no creo que se le elija para otra cosa que para gestionar lo mejor posible el dinero de sus vecinos pero todos terminan por caer en esa trampa: ver qué hacía el otro y contratan a muchos asesores. A unos, para que los idolatren, a otros para darles órdenes, a otros por compromisos del partido, a otros para que dediquen todos sus esfuerzos a investigar a los que estaban antes; y, si les queda hueco, colocan a alguien que les ayude a gestionar porque de eso, muchos ni saben.

La Vega Baja es una comarca donde el PP manda en tres de cada cuatro municipios y el PSOE tuvo la desgracia la pasada legislatura de que hubo dos alcaldes detenidos y ambos de su partido: Trini Martínez, en San Fulgencio; y José Joaquín Moya, en Bigastro -también hubo ediles, entre los que hay que recordar a los tres del PP de Orihuela por el caso Brugal-. Y como éste último, Moya, dimitió estando en prisión le sustituyó Raúl Valerio Medina y no hace falta dar más nombres sobre quienes son los supuestos responsables políticos de que con dinero de los bigastrenses se pagaran cotizaciones a 48 familias de las que suponemos que tendrían claro a quién votar elección tras elección por eso del «dame pan y dime tonto». Pero, como si esto fuera poco, a Valerio Medina le ha salido otro muerto del armario porque su Ayuntamiento le reclama ahora la justificación de 24.000 euros de gastos con una tarjeta que, fíjense qué casualidad, coincidió con el escándalo de los consejeros de Bankia y las famosas «black».

En un estado de derecho, Raúl Valerio Medina es inocente aunque sea un multiimputado y esté pendiente de saber si todavía tendrá que declarar por la utilización de la susodicha tarjeta en restaurantes, farmacias y algún que otro supermercado. Otra cuestión distinta es hasta dónde esta comarca está dispuesta a aguantar a representantes políticos que no se van ni a golpe de escándalo. ¿Cuándo hechos como los que ha protagonizado éste y muchos otros tendrán castigo sin que los ciudadanos tengan que esperar a que un juez los condene? Porque, en un Estado de Derecho, también debería ser suficiente la mera sospecha de un hecho de tal gravedad para que el señalado se fuera a su casa, pero eso, ya les digo, no lo vamos a ver ni ahora ni nunca aunque esté imputado, como lo ha estado el bigastrense, hasta en siete causas. La ética y la moral como un rasero aplicable por esta sociedad no existen para la política. Alguien, cada vez que le pregunto que cómo es posible que el PP, en Valencia, sea capaz de soportar lo de Orihuela con el Brugal, con el registro del Ayuntamiento o con siete de sus 12 concejales imputados sin que aquí haya dimitido nadie, me dice que el sur no existe. Y es verdad.

Alguien se inventó, y los periodistas compramos, la famosa linea roja del presidente Fabra que marca dónde está el límite de la decencia y la honradez, pero no de la suya o de la mía, de la de ellos, la de los políticos. Y así ahora estamos todos los días preguntándonos cuándo veremos a un político dimitir. Cuándo su partido, ya bien sea PSOE o PP, canten «out» antes de que tenga que llegar un juez a sentarlo en un banquillo. El exalcalde de Orihuela, José Manuel Medina, fue imputado en 16 ocasiones y de todas ha salido indemne. Que no abandonara el cargo la primera vez que se le imputó ni la segunda ni la tercera... ni la última no justifica la imagen que propagó de su ciudad, de su partido y de la de él mismo porque, en puridad con alguien que es honrado, se tendría que haber ido a casa y echarse a dormir o intentarlo pensando qué habría hecho mal para estar imputado siendo honrado.

En una tertulia en Ser Orihuela escuché el jueves a Eduardo López, un asesor socialista del Ayuntamiento de Orihuela, decirle esto a su secretario comarcal, Manuel Pineda: «Quiero oír a mi secretario comarca, de mi comarca, decir lo que piensa. Y yo preferiría que pensara lo que pienso yo, que es que Raúl Valerio Medina, del que soy amigo y con el que he colaborado, tiene que irse a su casa ya. Porque no estamos hablando de la presunción de inocencia ni de la ley ni de Rajoy o de si la abuela fuma. Estamos hablando de que estamos dando una imagen deplorable todos. Con la actitud de Raúl Valerio y con el apoyo velado o no velado estamos dando una imagen deplorable los que queremos llevar con orgullo el carné del puño y la rosa. Ya está bien. Empecemos a deshojar la margarita para que yo pueda decirle lo que pienso a Pepa Ferrando, Mónica Lorente o Cotino, pero como hay presunción de inocencia... y quiero decírselo con la misma tranquilidad que a Raúl Valerio: que se tienen que ir a su casa y no cuando lo decida el juez o el sursum corda. Por razones ideológicas quiero llevar la cabeza muy alta. Parece mentira que la posición de la ejecutiva que presides sea tan tibia cuando hay gente que ha tenido que tener escolta policial por la corrupción. Me parece una actitud deplorable no sé si es peor lo de Raúl, 'agarrao' a los 3.000 euros de la Diputación, o la del secretario general haciendo palmas o echándole un velo por encima». Y Pineda, el hombre de la eterna sonrisa, contestó: «¡Cuánto me estáis apretando hoy!».

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