El presupuesto municipal para 2015 aprobado por la mayoría gobernante en el Ayuntamiento de Alicante es el reflejo de una ciudad con un Ayuntamiento intervenido por el Ministerio de Hacienda y que, por propia incapacidad y debilidad política, cedió hasta su instrumento de gestión más importante, la recaudación directa de impuestos y tasas, aunque los haya aumentado sustancialmente.

Como se acercan las elecciones municipales se intensifican las obras que dentro de unos pocos meses ya no podrán inaugurarse, por coincidir con el periodo de campaña, aunque en algunos casos no se justifique ni su urgencia ni su necesidad o el coste de las mismas. Da lo mismo; es parte del caramelo pre-electoral como lo son algunas «cartas a los Reyes Magos» sobre proyectos futuros por parte de aspirantes a un sillón en la corporación.

Un Ayuntamiento que está endeudado hasta las cejas, sin apenas capacidad inversora, que se limita a cubrir los costes de personal y de las contratas de servicios municipales indispensables, es incapaz de liderar la ciudad. Difícilmente puede dar respuesta a la crisis económica y social que nos azota. Una crisis que incrementa la pobreza hasta convertirla en crónica. Una pobreza que agudiza la desigualdad social, reflejada en la ciudad por «la injusticia especial» de la que hablaba el gran urbanista Bernardo Secchi, fallecido a mediados de septiembre de este 2014. Secchi afirmaba que la desigualdad social y la injusticia espacial constituyen hoy una «nueva cuestión urbana que determina tanto la lectura de la ciudad como su posible proyecto».

¿Qué futuro tiene una ciudad donde la desigualdad y la injusticia conducen a la diferencia y la exclusión? ¿Qué futuro de Alicante cabe soñar y plantearse? ¿Quién puede apostar por un espacio urbano deteriorado, con barrios con índices de paro superiores al 40% de la población y pobreza infantil en índices cinco puntos superiores a la media española? La pobreza se está extendiendo como una mancha de aceite por todo el casco urbano. Hasta en las zonas más céntricas se percibe en el abandono de edificios o el cierre de comercios, salvo el recurso -gracias al clima tan benigno- de los veladores y terrazas en las calles y aceras.

La desigualdad es la nueva y prioritaria cuestión urbana, en palabras de nuevo de Bernardo Secchi. Ese será el principal reto de quienes tengan la dura tarea de gobernar la ciudad de Alicante tras las elecciones municipales de mayo de 2015. Cuando los primeros ayuntamientos democráticos, en la primavera de 1979, la tarea más urgente fue paliar con actuaciones puntuales en los barrios las carencias del desarrollismo urbanístico de los últimos quince años de franquismo. Fue un parcheo de urgencia hasta que, asentados los primeros gobiernos municipales, se pudieron abordar planteamientos a más largo plazo. Los retos de 2015, tengo para mí, son muy superiores. El descrédito de la política municipal practicada los últimos veinte años -el pelotazo, el amiguismo, cuando no la corrupción de políticos y servidores públicos- no será fácilmente superable. Tampoco serán tareas fáciles restablecer la normalidad en la hacienda local, el control ineludible de las concesiones y contratas, o la recuperación de un funcionariado desanimado o silencioso ante los desmanes que han presenciado. Muchos grupos y colectivos ciudadanos que han encontrado en las arcas municipales amparo y subvención se resistirán a un cambio en las prioridades del gobierno municipal. Unas prioridades que deberían tener a los ciudadanos más débiles de nuestros convecinos, como principal objetivo. Porque sin una ciudad más cohesionada socialmente creo sinceramente que no hay mucho futuro para Alicante.