«No podemos pretender tener llenos los hoteles hasta el 20 de diciembre y querer también que nos falten plaza para Navidad y Fin de Año». La afirmación de José María Caballé, el principal hotelero de la Comunidad Valenciana, resume, en pocas palabras, la realidad en la que se encuentra la Costa Blanca en noviembre de 2015. Camino del cénit de la temporada baja, con un turismo del Imserso que necesita una profunda reestructuración para volver a ser rentable y con las compañías aéreas reduciendo plazas por la falta de demanda foránea en invierno. La crisis económica, que no sólo sacude a los españoles, sino al cliente tipo de nuestros hoteles (perfil medio/bajo en general vengan de Madrid o de Liverpool), ha vuelto a despertar al fantasma de la estacionalización en un sector que funciona, claro que todavía funciona, pero que de un tiempo a esta parte ha visto, además, la aparición de destinos de sol y playa por todos los rincones del mundo, hasta en el Mar de la China. Los rusos, la gran «esperanza blanca» para la Costa Blanca, pincha y los británicos, el principal granero de turistas para la Costa Blanca, se ha estancando. Los tiempos en los que el «overbooking» ya no era noticia y los hoteles deben acostumbrarse a trabajar con menos clientes. ¿Cuál es el reto entonces? Al margen de lograr eventos y más eventos o, lo que es lo mismo, que en Alicante, Benidorm, Elche... pasen cosas durante todo el año, los empresarios deben comenzar a rentabilizar al máximo la estancia de sus clientes y para ello el primer objetivo debe ser ofrecer un servicio y una calidad insuperables. A partir de ahí se podrá pedir precio. La demanda no es tonta y, pese a la crisis, españoles e ingleses siguen viajando por lo que... aprovechémonos de los turistas fieles, pero sin pasarnos.