Mientras usted lee esta columna, es posible que una mujer esté muriendo en España a manos de su pareja, de la que un día lo fue o de la que pretende serlo contra la voluntad de quien no siente los mismos deseos que su pretendiente enfermo. Es muy importante que hoy se convoquen actos reivindicativos y recordatorios en este o en otros países, pero a mí lo que me preocupa es mañana, cuando no haya convocatorias ni pancartas, ni días internacionales, ni cargos públicos saliendo al exterior de las instituciones que dirigen para que sus gobernados confirmen lo solidario y lo concienciado que es. Créanme si les digo que conozco a alguno que ha dado codazos para ponerse detrás de la pancarta horas después de haber levantado la mano a su esposa.

Miren a su alrededor. Al vecino que les invita a cerveza los domingos; al jefe simpático y campechano que gestiona el departamento siempre con una sonrisa; a su empleado, ese tan callado o tan extrovertido; a su compañero de trabajo, el que parece que nunca pasará a la historia por nada; a su íntimo amigo, por quien daría usted la vida y que nunca hace chistes obscenos sobre las mujeres; al comensal del restaurante, ese de la derecha, el que se limpia las comisuras de los labios con absoluta normalidad. El terrorista doméstico se disfraza de todo eso para no ser descubierto, se muda y se desmuda de la respetabilidad que concede lo cotidiano, de la dignidad que acompaña su escalafón laboral o su cuenta corriente. Cualquiera.

Lo que ocurre en el interior de un hogar no lo saben más que quienes protagonizan la escena más abyecta que puede interpretarse entre cuatro paredes, la de la humillación y la violencia, la sumisión, el grito y la furia, el labio partido, el ojo morado y la pérdida de la dignidad y la autoestima, el niño o la niña llorando a gritos ante el horror que contempla y que le marcará de por vida. Y a pesar de las convocatorias y las celebraciones, de las pancartas y los espacios en prensa, radio, televisión e internet, el haber horrible de este drama anda ya por las 52 mujeres muertas en España este año (cuatro de ellas en ciudades de Alicante), y la cifra amenaza con rondar el guarismo arrojado los dos años anteriores (57 cada uno). No hay día internacional capaz de detener a un malvado, pero mañana, cuando no haya convocatoria en la plaza, piensen en el grito que escucharon ayer a través de las paredes, ayer y todos los días, y no duden en denunciar. Cuando una mujer muere a manos de su pareja, se desvanece una vida, la de los seres queridos que tiene alrededor y todas esas otras vidas que podrían haber sido y nunca serán.