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Gerardo Muñoz

Misteriosa desaparición en la Casa de la Muerte (y II)

Tal como vimos la semana pasada, Vicenta Torregrosa Ruiz, una joven de 19 años, desapareció misteriosamente, en la madrugada del lunes 8 de agosto de 1927, de su casa de Bacarot, conocida popularmente como la Casa de la Muerte por haber sido habitada antes por un hombre apodado «la Mort».

Sin noticias fiables

Al no hallarse ninguna pista válida, la Guardia Civil dejó de investigar el caso al cabo de un par de meses. También la prensa alicantina, que con tanto entusiasmo informó del suceso durante las primeras semanas, acabó olvidándolo casi por completo, aunque de vez en cuando algún periódico publicaba alguna noticia breve acerca de una supuesta pista o un rumor que apuntaba el paradero de Vicentica. El 2 de marzo de 1928, por ejemplo, llegó a la redacción de «Diario de Alicante» la noticia de que la chica «había sido descubierta en Tarrasa como monjita en un convento». Noticia que resultó estar infundada, como tantas otras.

Por aquellas fechas (primeros días de marzo de 1928), el misterio sobre lo ocurrido con la chica de Bacarot seguía sin resolverse y casi nadie albergaba ya la esperanza de encontrar una explicación certera. Habían transcurrido siete meses desde su desaparición y la posibilidad de dar con el rastro de la muchacha se advertía difícil, cuando no imposible.

¡Está viva!

Pero el 5 de marzo de 1928 llegó la noticia que casi nadie esperaba: Vicenta Torregrosa se hallaba sana y salva en Alcira. Ese lunes, además de dar la noticia en primera página, «Diario de Alicante» recordaba lo mucho que se había fantaseado acerca de su desaparición, «forjándose leyendas y luchas terroríficas y espeluznantes que satisficieron los gustos de los más exigentes lectores de folletines. Cuando no se insinuó la sospecha de un secuestro, se hablaba de un asesinato horrendo; y esporádicamente se dejaba entrever la posibilidad de que la bella joven desaparecida hubiera muerto a manos de su propio padre».

La huida

Según reconoció la propia Vicenta, aquella noche del 7 al 8 de agosto de 1927 «le había cogido una tontera» debido a que sus padres se oponían a su noviazgo con Rafael Sempere, «el Palleret», porque preferían que se casase con Rafael Baeza, hijo del propietario de la finca del Barón de Finestrat, que no le gustaba.

A las once de la noche, cuando el silencio se había hecho en la Casa de la Muerte, Vicenta se vistió, tomó las veinte pesetas que tenía ahorradas y huyó por el tejado. Como no tenía pensado adonde ir, anduvo hasta la casa de su abuela, en Benalúa, pero al final decidió alejarse también de allí. Deambuló por Alicante durante todo el día y ya de noche, a las nueve y media, tomó en la estación de Madrid el tren que llevaba a Valencia. En la misma taquilla hizo amistad con una familia alicantina que conocía desde hacía tiempo, aunque no sabían casi nada de ella.

En Valencia

Al llegar a Valencia, aquella familia alicantina la acogió en su casa durante unos días, lo que aprovechó Vicenta para buscar trabajo. Lo encontró muy pronto, como criada en la casa de los propietarios de una pastelería. Como tenía habitación y comida gratis, los siete duros mensuales que le pagaban los utilizaba para hacerse ropa nueva y comprarse zapatos. Y empezó a engordar, adquiriendo el tipo de mujer hermosa según los cánones de belleza de la época.

En diciembre pidió el finiquito y se fue de la casa de los pasteleros. Nunca contaría el verdadero motivo, si es que lo hubo. Simplemente, se cansó, diría más tarde.

En Alcira

Se fue a Alcira, donde entró a trabajar, también como sirvienta, en casa del dentista Baldomero Mollar, situada en la calle de Santa Teresa de Jesús, número 2. Allí ganaba seis duros mensuales, pero, como los precios eran más baratos, pudo seguir haciéndose ropa nueva.

Un tratante de ganado, Justo Alemañy, «el Caballero», amigo de José Torregrosa, «el Baronet», padre de Vicenta, la vio y reconoció en una plaza de Alcira. Y a su regreso a Alicante le contó su hallazgo a la familia de Vicenta.

El reencuentro

Al día siguiente, 5 de marzo, partieron hacia Alcira muy temprano los padres y la abuela de Vicenta, junto con «el Caballero», en el Buick de Antonio Seva, «Calseti», amigo de la familia.

El automóvil paró en la misma puerta de la clínica dental. José Torregrosa y «el Caballero» preguntaron por Vicenta y, en cuanto ésta apareció, padre e hija se fundieron en un abrazo. Ambos lloraron pero no dijeron palabra. El «Baronet» se emocionó tanto, que enfermó.

Vicenta se abrazó después a su madre y a su abuela. Lloraron también mucho y en silencio, hasta que la madre le preguntó: «¿Perque no vas escriure?». A lo que respondió la hija: «¡Yo pensaba que no me buscaven!».

El dentista Baldomero Mollar y su esposa invitaron a todos a comer, y luego, a la una de la tarde, la familia entera y «el Caballero» emprendieron el regreso a Alicante. Aunque estaba muy contenta, en ningún momento se mostró Vicenta arrepentida por su huida. Al fin y al cabo, había conseguido gracias a ello un acuerdo tácito con sus padres según el cual no le impondrían un pretendiente.

Al enterarse del sacrificio económico que habían hecho sus padres en su búsqueda, les entregó las 22 pesetas que había ahorrado en Alcira.

A las seis y media de la tarde arribó el Buick a la casa de la abuela y, poco después, a la Casa de la Muerte.

La Prensa

Los periódicos alicantinos informaron del regreso de Vicenta, sin ahorrarse ningún detalle:

«Ha llegado y ya no lleva alpargatas.

»La labradora Vicenta Torregrosa ha mejorado físicamente. Viene mucho más gruesa y se advierte que durante la ausencia ha hecho carnes en abundancia. En ella todavía no ha entrado la moda del pelo corto. Mantiene sobre su cabeza un voluminoso moño (€). Calza zapatos negros (€)», contaba «Diario de Alicante» el 6 de marzo.

La calumnia

Al día siguiente de su llegada, Vicenta y su padre fueron al Juzgado del Sur, donde todavía seguía abierto el sumario de su desaparición.

Comoquiera que el vientecillo de la calumnia volvió a levantarse en Bacarot y en el resto de Alicante, a causa de unas malintencionadas insinuaciones que apuntaban al dudoso comportamiento de Vicenta en Valencia, sugiriendo que llegó a prostituirse para subsistir, «el Baronet» pidió al juez que ordenase un reconocimiento ginecológico de su hija, con el consentimiento de ésta. El resultado de dicho examen médico lo hizo público «El Luchador» el 9 de marzo:

«Estábamos en lo cierto, Vicenta Torregrosa es una muchacha honrada. Quienes, con sobrada ligereza, recogieron determinados informes, en contradicción con lo que decía la interesada, cometieron una grave falta (€). El informe del médico forense señor Hurtado, proclama la virtud inmaculada de Vicenta (€)».

In memoriam

Este artículo se lo dedico, in memoriam, a mi recordado y admirado amigo Enrique Cerdán Tato.

www.gerardomunoz.comTambién puedes seguirme en www.curiosidario.es

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