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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Negociando el armisticio

as últimas declaraciones de la alcaldesa de Alicante, asumiendo que no volverá a ser la candidata del PP, no pueden entenderse de forma cabal si se aislan de su contexto. ¿Qué contexto? El de la negociación que, fuera de focos y desde hace semanas, mantienen el jefe del Consell y ella para encontrar una salida al laberinto en que los populares están atrapados. El PP necesita que Castedo abandone la Alcaldía cuanto antes para, como mal menor, empezar el año electoral con una cabecera de lista para las elecciones municipales confirmada y sin la presión que diariamente suponen, sobre todo, los programas de las televisiones nacionales. Por su parte, quemada la última nave que pensaba que le quedaba, la de que el juez Cerón anulara por irregulares las actuaciones ejecutadas en la instrucción del caso Rabasa, Castedo quiere que el partido le garantice el cese completo de las hostilidades si deja el cargo. Probablemente, ambas partes llegan tarde a esa negociación de lo que no es sino un armisticio en toda regla.

El pasado 2 de noviembre ya se escribía aquí, en el artículo titulado Wellcome to Halloween city, que la alcaldesa de Alicante y Alberto Fabra mantenían un contacto más fluido del que aparentaban. A pesar de que el enfrentamiento entre ambos ha tenido en muchas ocasiones un fuerte componente personal, Fabra y Castedo no han dejado nunca de hablar, telefónicamente o cara a cara. Pero la reunión clave, en este último tramo de la batalla que libra consigo mismo el PP, se produjo el lunes 3 de noviembre. Ese día, el Rey Felipe VI presidió la inauguración del congreso del Instituto de la Empresa Familiar, que reunió en Alicante a medio millar de empresarios de todo el país. Las crónicas políticas se centraron en la presencia de Castedo en el acto, en la incomodidad de la Casa Real por tener que tragarse una fotografía con Don Felipe estrechando la mano de una alcaldesa acusada de corrupción y en el vacío que Fabra le hizo a la regidora, con la que intentó no cruzar siquiera palabra.

Pero las cosas no fueron exactamente así. Fabra y Castedo ya habían acordado días antes verse a solas y en secreto a almorzar una vez el Rey se marchase. Y así lo hicieron. Al menos, tenían un punto en común del que hablar al inicio de la comida: el encono que ambos sienten contra el vicepresidente del Consell y presidente del PP en Alicante, José Císcar. Castedo acudió al encuentro sabiendo ya que, pasara lo que pasara con sus imputaciones, no iba a repetir como candidata. Pero quería conocer qué escenario contemplaba el partido si el juez Cerón anulaba los registros y las grabaciones sobre Rabasa, cosa que al final no ha hecho. En la mente de Castedo siempre ha estado mantenerse el mayor tiempo posible en la Alcaldía, fuera o no candidata, lo que entre otras cosas le permitiría controlar su propia sucesión. Fabra, por su lado, fue con el propósito de persuadirla de que abandonara, aunque al president de la Generalitat, mientras su propia candidatura no sea confirmada por Madrid, todos los aliados contra Císcar le parezcan pocos.

Desde entonces, las conversaciones, tanto con Fabra como directamente con miembros de la dirección nacional del PP, se han sucedido, aunque de forma persistente la cúpula popular ha tratado de trasladar la imagen de que el repudio a Castedo es tal que ni siquiera se habla ya con ella. No es cierto. El pasado lunes, por ejemplo, Alberto Fabra se desplazó a Alicante para asistir a la inauguración del nuevo edificio de la OAMI. Llegó tarde y cualquiera hubiera dicho que él y Castedo ya ni se saludan. Pero eso sólo ocurre en público. Dos días después, el miércoles, Fabra y Castedo volvieron a encontrarse en Alicante, de nuevo a solas y a escondidas. Tomaron café en un reservado del restaurante El Maestral, donde volvieron a abordar la posible dimisión de la alcaldesa y sus términos.

Es después de este último encuentro cuando se producen las declaraciones de Castedo a Europa Press el pasado viernes, en las que admite que no volverá a ser candidata del PP a la Alcaldía. El hecho de que sólo estuviera solemnizando lo obvio -el partido ya ha dicho por activa y por pasiva que no lo será mientras esté imputada, y la imputación es imposible que se resuelva, en el sentido que sea, antes de que se proclamen las cabeceras de lista-, y de que recalcara que no será «candidata del PP», en lugar de decir simplemente que no será «candidata», ha dado pie a todo tipo de especulaciones en las últimas horas. El entorno de Fabra ha tratado de vender como un éxito del president esa asunción por parte de Castedo de que su carrera en el PP está acabada, filtrando incluso, aunque de forma muy imprecisa, ese último encuentro entre el jefe del Consell y la todavía alcaldesa, para reforzar la impresión de que sus palabras posteriores estaban inducidas por la supuesta firmeza de Fabra. Los periódicos, sin embargo, han sido prácticamente unánimes a la hora de interpretar que, con sus manifestaciones, Castedo sigue dejando la puerta abierta a concurrir a las elecciones encabezando la lista de otro partido -recordemos: ha dicho que no será «candidata del PP», no que no será «candidata»-, lo que suena a amenaza. Una tercera versión sostiene que Castedo lo que ha hecho es plantear un órdago en plena negociación: o la salida es pactada (lo que incluye parar el bombardeo contra ella, por parte del PP y del entorno del PP, garantías de que sus colaboradores no serán perseguidos, así como algún tipo de vindicación de su persona que el PP, lógicamente, no puede permitirse) o monta partido. Si lo hiciera, todo indica que a estas alturas el resultado sería pobre, pero fuera el que fuera iría en detrimento de los populares.

Probablemente, la realidad sea una mezcla de estas variables. Castedo es un tigre acorralado, que cada día que pasa tiene menos que perder, aunque con sus zarpazos a quien deje malherida sea a la ciudad que se comprometió a servir. Fabra tampoco puede dudar, porque todo su crédito lo ha empeñado en que Castedo no repita como candidata y en lograr que deje la Alcaldía antes de que se celebren las próximas elecciones, una batalla que en Valencia no se atreve a dar con otros elementos del partido que a diario ponen en cuestión su autoridad. Y ambos están ya próximos a la extinción por agotamiento.

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