Acompañado por el inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente, a finales de los años setenta del siglo pasado asistí a unas conferencias que se dieron en las instalaciones del Instituto Nacional de Industria, cuando aún estaban en la plaza de Salamanca de Madrid. Habíamos estado pensando en el medio de suministrar energía a nuestro campamento juvenil de Montejo, en tierras segovianas. Huyendo de pensar en instalaciones dependientes, nos agradó mucho conocer y adoptar la energía solar como fuente de suministro de energía. No se necesitaba mucha para nuestra instalación en el cañón del río Riaza, en Segovia, donde en los veranos acampaban, disfrutaban y aprendían los jóvenes del WWF/ADENA. Recibimos el benéfico maná de los técnicos que nos enseñaron lo que era y para lo que servía una placa fotovoltaica que aspiraba la energía de los rayos del sol y la almacenaba a disposición nuestra. Y desde entonces, no hay persona con suficiente materia en el cerebro que no la desee para su consumo. Y es inexplicable que no haya alcanzado la mayoría absoluta en el suministro de energía, en una lucha con otros tipos de energía, como la hidráulica, la eólica y la de combustión de petróleo. Una de la conclusiones que sacamos de aquellas jornadas es que su universalización iba a convertirse en una batalla centre diversas clases de poderes económicos, como así ha sido. Pero debo recordar que en la presentación del nuevo método de crear energía, algún técnico ejerció de profeta. «El sol -decía- está ahí y ahí estará siempre, no se va a apagar y está mandándonos día y noche cerca de un kilovatio de energía por metro cuadrado a nuestro planeta. ¿Cómo es posible que dejemos pasar el tiempo sin aprovechar este regalo?».

Y a continuación exponía unas cifras preciosas, relativas a la captación de la energía del sol y su distribución. Todo el inmenso territorio del Sahara africano podía suministrar al continente europeo toda la energía necesaria. El problema consistía entonces -y ahora también- en transportar esa energía desde su origen -la placa solar fotovoltaica correspondiente- a los puntos de consumo en Europa. Demasiado lejos, demasiada distancia, cables de miles de kilómetros, cuestiones de pasos de fronteras, derechos de paso de las diversas naciones, inestabilidad política norteafricana, imposibilidad de obtener un módulo de acción que supusiera vencer todos los obstáculos. La dichosa política... en contra del progreso. Como casi siempre.

Pero la idea estaba ahí, y la idea ha resucitado. Dos compañías con base en Londres, la Low Carbon y la Nur Energie, han alcanzado un acuerdo. Le han llamado «Proyecto termosolar TuNur», un complejo de dos mil megavatios que se pretende construir en el Sahara de Túnez para llevar la electricidad a Europa a través de un cable submarino, que conectará con la red europea en Italia, en las proximidades de Roma. Parece que ya se tienen los permisos y que se están dando los últimos toques.

El celtíbero que todos llevamos dentro se altera. ¿Por qué Túnez y no Marruecos? De la costa tunecina a Roma hay más de mil kilómetros. Si se trae la electricidad a Ceuta o Tánger, el cable submarino, auténtico caballo de batalla del proyecto, no debería pasar de veinte. Seamos prudentes, ya que entran en juego factores de los que no podemos ni imaginar. Pero si el primer paso está dado y la resolución técnica es factible... ¿Por qué no intentar la social o la política... o ambas?

Quizá se piense que no estamos en condiciones. Es posible. Si no somos capaces de arreglar lo del tren de Villena a Alicante (una hermosa chapuza que haría estremecer a Félix) no podremos ver la función sino desde la última fila.

Los españoles construimos el primer helicóptero, el autogiro, construimos el primer submarino y además pusimos las primeras normas de derecho internacional conocidas. El Sahara, productor de calor, lo tenemos más cerca que Italia... y nuestros técnicos son tan buenos o mejores que los demás europeos. Hay en la atmósfera algo inexplicable que impide que se hagan inevitables las palabras del sabio... «que inventen ellos».