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Francisco Esquivel

El folklorismo

El primer guasá que me entró fue uno con la imagen de Cayetana posando con la camiseta verdiblanca del equipo de sus amores en una foto oficial del club, unida al texto que le habían adosado: «Se la habéis cargao a disgustos». ¡Qué cabrones! Claro que Millás, quien radiofónicamente hablando tenía una de esas sesiones en las que atropella a cualquiera que se ponga por delante, tampoco se cortó sobre el fervorín en torno a la duquesa: «...es que es una cosa tan cutre, tan casposa... Esta señora para mí solo es la madre de un amigo de Jacobo Siruela, un excelente editor. Pero me fatigan tanto todas estas manifestaciones del folklorismo, del andalucismo, del sevillismo...». ¡Ay! Y eso que, aunque estoy seguro que no había recibido el guasá de marras, cuando vamos ciegos hasta el gran Juanjo es capaz de desbarrar.

Malos tiempos para encumbrar a una duquesa por muy del pueblo que se sintiera y por muy llana que se mostrase. Ahora bien, de ahí -como consta en distintos frentes- a pedirle más cuentas que a la Junta por no haber destinado fondos a i+de+i y al resto de avatares que nos competen, media un abismo. Lo que no quita para corroborar lo que casi todo el mundo admite: que la aristocracia hace sus años que entró en desuso y que solo comunidades con una vena clasista de impresión se permiten festejar tan girochas a la terrateniente por antonomasia por muy simpática que fuera.

A pesar de todo, resulta difícil evitar la comparación con la despedida tributada a Manzanares, ese torero que en vida paseó por Europa y América el nombre de su patria chica más que la duquesa a su tierra de adopción y, sin embargo, cualquier comparación en el cuidado de los detalles y en el llamamiento de las autoridades en su despedida, hace daño. Ya saben. El de los aristócratas de toda la vida no es el único linaje en decadencia.

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