En los días previos a la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial, la Wehrmacht pretendió que el mayor número posible de sus tropas cruzasen el río Elba hacia el oeste para rendirse a norteamericanos o británicos y no caer en manos de los soviéticos. Aquellas imágenes de soldados y civiles alemanes cruzando, incluso a nado, el río serían reeditadas por los berlineses que intentaban pasar a la zona angloamericana superando el muro de hormigón levantado en 1961 por los rusos. Diferentes momentos pero el mismo objetivo: huir desesperadamente del comunismo.

Herbert Blankenhorn, consejero de Adenauer, vaticinó en 1944 la división de Alemania sin conocer la «Operación eclipse», un plan para sostener la Administración del país tras el brusco colapso de la capitulación. El proyecto contemplaba un territorio dividido en zonas de ocupación y Berlín como un enclave dentro de la zona rusa pero con división en tres sectores: norteamericano, ruso y británico. Churchill vio claro ya en marzo de 1945 que la URSS se había convertido en un peligro mortal para el mundo libre. Si el comunismo iba a ser vecino y enemigo del Occidente europeo, era necesario actuar antes de que los ejércitos occidentales se hubiesen disgregado. La enemistad Este-Oeste era percibida también por el almirante Doenitz, sucesor de Hitler, en su discurso anunciando a los alemanes la rendición: la tierra que fue germana durante mil años ha caído en poder de los rusos. Tenemos que unirnos a las potencias occidentales ya que solo colaborando con ellas tendremos esperanzas de llegar a recuperar algún día nuestra tierra en manos de los rusos.

En la primavera de 1947 las relaciones entre los soviéticos y angloamericanos se deterioraban día a día. Churchill atinó con su previsión. Berlín empezaba a ser una mecha encendida en el polvorín de Europa. Un ring sobre el que peleaban dos púgiles en incipiente Guerra Fría: Washington y Moscú. La causa de la discordia fue el Plan Marshall, que ofrecía a las naciones europeas ayuda económica de EE UU, haciéndose extensiva a Rusia si accedía a colaborar en la tarea de reconstrucción. Los rusos vociferaron que el plan perseguía someter toda Europa al imperialismo del dólar. En un contundente acto de coacción, Stalin exigió a sus satélites que renunciaran a la ayuda. Aquello supuso la división de Europa, de Alemania y de Berlín en dos partes, y la unión pétrea y hermética de la parte liderada por la URSS. El telón de acero cayó sobre el escenario europeo. Berlín era el peligroso agujero por donde el mundo occidental se asomaba a la tiranía. Churchill de nuevo clarividente. El 5 de marzo de 1946 pronunció en Missouri un discurso de gran resonancia: Desde Stettin en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático, ha caído sobre Europa un telón de acero. La metáfora alusiva al metal no era de su cosecha. Antes la emplearon Josep Goebbels, en la prensa nazi, y, tras la capitulación germana, Von Krosigk, como canciller alemán, en alocución a sus conciudadanos: el telón de acero se aproxima cada vez más desde el Este.

Irritados los soviéticos por el apoyo yanqui, irrumpieron en los sectores occidentales saboteando el suministro de electricidad y agua y secuestrando a científicos e ingenieros, enviados rumbo a Moscú. Tras la enésima controversia, a causa de la moneda vigente en la capital berlinesa, el Kremlin ordenó el bloqueo de todas las vías de comunicación, terrestres y fluviales, que accedían al Berlín occidental. El asedio duró desde junio de 1948 a mayo de 1949. Saltar ese «muro» por medio de la aviación aliada, abasteciendo a dos millones cien mil habitantes, fue una demostración de poderío y de eficacia plasmada por el singular humor berlinés ante la tragedia: «Solamente hay una diferencia entre el sector soviético y el occidental» decía un berlinés de la zona rusa. «En el occidental viven por el aire; en el ruso vivimos del aire».

El puente aéreo fue el primer revés de la URSS en el empleo de sus medios de coacción. El segundo, del que ya no se recuperaría, fue el muro clavado en pleno corazón de Europa durante veintiocho años. J. F. Revel dijo que el certificado del fracaso comunista no fue el derribo del muro en 1989, sino su construcción en 1961 para impedir la huida a quienes escapaban en busca de la libertad. La libertad tumbó la pared. Algunos analistas consideran su desplome como el final de la II Guerra Mundial. Quizás sea exagerado. Pero si Normandía significó la victoria militar sobre el fascismo y el nazismo, el Plan Marshall marcó el triunfo económico de la libertad sobre la opresión soviética. Y un histórico 9 de noviembre de 1989, el derrumbe del infamante muro dio la victoria política a la democracia sobre la dictadura comunista. Europa dejó de estar mutilada. Comenzaba su verdadera y completa reconstrucción.