Desde que estamos en plan globalización, es el dinero lo único que se ha globalizado, o sea, que las garras insaciables de las grandes multinacionales se expanden por todos los rincones del planeta obligando a los Estados a tomar decisiones que favorecen en exclusividad a sus intereses económicos. Para ello tienen una herramienta contundente: dinero para prestar. Con sus dineros compran deuda de los Estados, acciones de las empresas más boyantes, imponen sus reglas a los mercados, fomentan los monopolios y los oligopolios de empresas de bienes y servicios esenciales para los ciudadanos, como la electricidad y el gas, y siempre se las arreglan para obtener beneficios; mientras, el resto de los ciudadanos hemos de pagar, además de los intereses de esa deuda, el bienestar de los más grandes. La propaganda, de cuyos medios son dueños, nos dice que eso es lo «normal» y que, a cambio, la macroeconomía va estupendamente. Y la derecha repite esos mantras como si fuéramos tontos, intentando convencernos de la bondad de tal política económica tan desastrosa. Y es desastrosa por­­­que la realidad de la microeconomía, de la economía que nos afecta a todos, es otra.

La realidad de la calle, la de la mayoría de la gente, se resume en esto: el endeudamiento brutal de la población; en efecto, casi un 50% de los hogares españoles se encuentra afectado simultáneamente por problemas de privación material y de pobreza. Un 25%, 11,7 millones de personas, está ya en situación de exclusión social, de las cuales un 77,1% con exclusión del trabajo, un 66,1% con exclusión de la vivienda y un 46% con exclusión de la salud, y de ellos tres millones en situación de pobreza severa, particularmente niños. Y esto era a finales de junio. Desde entonces la situación ha ido a peor. Mayor presión fiscal, más despilfarro público, incertidumbres políticas inasumibles, inseguridad jurídica, deflación, pérdida de riqueza de las familias -la vivienda ha caído casi un 40%-, sustitución masiva de empleo digno por empleo indigno, y la economía mundial, particularmente en la Eurozona, en su peor momento en los últimos dos años, con un BCE que hace demasiado poco y demasiado tarde, aunque sí lo suficiente para mantener la primas de riesgo bajas, y ello a pesar de la funesta gestión del Gobierno, con tantos corruptos entre sus gestores.

Anda el patio revuelto porque Pablo Iglesias va diciendo por las televisiones que la deuda pública que tenemos, que abarca el 100% de nuestro PIB, hay que reestructurarla y dilucidar la que se puede devolver y la que no. Lo han puesto a caer de un burro. Pero resulta curioso que un economista conservador como Roberto Centeno mencione una deuda ilegítima que ni podemos ni debemos devolver. También que lo haga un socialdemócrata como Juan Laborda, pues ambos nos alertan de que el agravamiento de la crisis requerirá una ola de condonaciones de deuda, negociadas o no. Laborda pide que se deje de mentir a los españoles. El volumen de deuda de nuestro país -privada, pública y externa- es inasumible, no se va a poder pagar. Y más curioso resulta conocer que reestructurar la deuda es una práctica que ya utilizó Francia e Italia y gracias a ello salieron en su momento de la recesión económica.

Y es que la economía, ¡ay, la economía!, está retratada en sus números, y éstos, que en sí mismos no son otra cosa que meros símbolos denominativos, pueden ser interpretados y manipulados según la ideología que tenga el intérprete o el manipulador. Valorar como la única interpretación de los números económicos la que se hace por parte de los economistas conservadores es apostar equivocadamente por aquella interpretación que favorece tan solo a unos pocos en detrimento de la mayoría. Y eso, en tiempos de crisis sobre todo, es insoportable.