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Juan R. Gil

Una jornada para recordar

Alicante estuvo ayer de Fiesta Grande. Lástima que el Gobierno de Rajoy no se enterara y que Fabra llegara tarde. Acostumbrados a un partido como el PP, tan cumplido que hasta tiene presidentes en Extremadura que se desviven por las Canarias, y a una Generalitat que suele movilizar a sus cargos por cohortes, lo cierto es que llamó la atención no tener ayer ni un ministro que llevarse a la boca ni más conseller escoltando al president que el de Economía, Máximo happy Buch.

Ellos se lo pierden. La Oficina de Armonización del Mercado Interior (OAMI) inauguró ayer su nuevo edificio, adosado al que ya utilizaba. La OAMI, que celebra su vigésimo aniversario en Alicante, es la representación europea más relevante con que cuenta España, está a la cabeza de las agencias de la Unión y se ha convertido, tras la debacle de la Caja del Mediterráneo, en la empresa más importante con sede en esta provincia y una de las mayores de la Comunidad, con 1.500 personas trabajando para ella y 200 millones de euros de impacto económico anual. Es posible que el retraso de Fabra, al que una rueda de prensa (!) le hizo llegar cuando el acto ya estaba mediado, y la defección del Gobierno central, se debieran a que aún tengan en la cabeza aquello que dijo Diego Such cuando era aspirante a conseller, que la OAMI era una «oficinucha», pero si es así resulta una prueba más de que no saben en qué mundo viven.

Por fortuna, las ausencias no deslucieron la satisfacción que supone en estos momentos contemplar cómo, lo que en definitiva es un servicio público, crece sin parar de reinventarse. Con las nuevas instalaciones estrenadas ayer, la «oficinucha» de Diego Such pasa a ocupar ochenta mil metros cuadrados, aportando además el salón de actos más avanzado con que cuenta a partir de ahora la Comunidad Valenciana, un espacio con capacidad para 500 personas, espectacular en su diseño y su comodidad y que, por ofrecer, ofrece hasta enchufes en cada asiento. Es decir, un lugar de lujo para perseverar en la senda de los congresos, que tanto pueden contribuir a la economía de esta provincia.

Pobre excusa. Puede que alguien quiera justificar las imperdonables ausencias y retrasos de ayer apelando a la situación judicial que vive la alcaldesa de Alicante. Si es así, habrá que convenir en que el Gobierno, el de aquí y el de Madrid, ha perdido el oremus. No volveremos a repetir que Sonia Castedo debe dejar el cargo que ostenta cuanto antes (ayer, el juez que instruye el «caso Rabasa» rechazó el recurso que pedía la nulidad de las actuaciones, por lo que su situación de imputada persiste tanto en esta instrucción como en la que investiga el Plan General) pero, en todo caso, mientras sea alcaldesa y represente a la ciudad, cualquier desplante que se le haga a ella se le hace a los alicantinos, que ninguna culpa tienen de lo que está ocurriendo. La imagen que la OAMI, con su presidente, António Campinos, al frente, trasladó ayer a Europa, nuestro principal mercado, fue inmejorable. Impecable de principio a fin. Tiene narices que un portugués esté poniendo en valor Alicante de la forma en que lo está haciendo, mientras que los nacionales que elegimos precisamente para esa misión no hay día que, por acción u omisión, no la denigren. Fíjense que yo había reservado este espacio para dedicarlo hoy a hablar de lo enormemente valioso que resulta tener en Alicante una «marca» como la OAMI, y he tenido que malgastarlo contándoles este desaire incomprensible que ayer nos hicieron nuestras autoridades. ¿Que por qué no he pasado de ellos? No será por falta de ganas. Pero pensé que era mejor dejar constancia escrita de su espantada, para que no se nos olvide cuando dentro de unos meses vengan por aquí, entonces sí, a pedirnos el voto.

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