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Gerardo Muñoz

Misteriosa desaparición en la Casa de la Muerte (I)

Vicenta Torregrosa Ruiz, una joven de 19 años, desapareció misteriosamente en la madrugada del lunes 8 de agosto de 1927.

Se había acostado a las diez de la noche del domingo y estaba tranquila, según contó su hermana Josefina, de 17 años, que compartía dormitorio con Vicenta. Pero a la mañana siguiente había desaparecido de la casa. Una puerta de la habitación que daba a un tejadillo estaba abierta y por ella debió salir la muchacha de noche, según dedujeron sus padres al encontrar, gracias al rocío, huellas de sus alpargatas en el tejado y en el patio, por donde se descolgó apoyándose en un barril oculto con enredaderas. Las huellas del calzado de Vicenta llevaban hasta la carretera, acabando donde había otras de unos neumáticos de automóvil.

La Casa de la Muerte

Vicenta y su familia vivían en la partida de Bacarot, en la casa de las Atalayas, mucho más conocida como la Casa de la Muerte por haberla habitado durante muchos años un hombre muy delgado y de aspecto cadavérico, llamado «tío Pep la Mort». Esta casa de labor se encontraba a la entrada de la carretera de Elche y era propiedad de Vicenta Aracil, abuela materna de la desaparecida (que vivía en Benalúa), aunque la explotaba a medias con su yerno.

Hacía 25 años que José Torregrosa Aliaga y Francisca Ruiz Aracil se habían casado. Además de Vicentica, tenían ocho hijos más.

José Torregrosa era conocido por Pepet y también con el apodo de «el Baronet» porque había nacido en la hacienda del Barón de Finestrat, en la misma partida de Bacarot, próxima al Barranco de las Ovejas. Explotaba unas canteras cercanas y poseía 12 caballerías y varios carros, que dedicaba al transporte de piedra, arena y tierra arcillosa, manejados por tres carreteros que trabajaban para él.

La búsqueda

Los padres de Vicenta la buscaron durante la mañana del lunes por las casas próximas, pero no la encontraron. Después, mientras la madre iba a la casa de la abuela, en Benalúa, el padre fue a consultar a una adivinadora muy popular, que trató de tranquilizarle asegurándole que la muchacha no estaba muy lejos y que volvería pronto. Pero «el Baronet» marchó esa misma tarde a Cartagena en uno de los coches de la línea «Costa Azul», adonde llegó a las ocho y media de la noche.

Dos meses antes había ido «el Baronet» con Vicentica a Cartagena porque allí estaba haciendo el servicio militar, en el Arsenal, uno de sus hijos. Y allí se habían encontrado con un antiguo pretendiente de la chica, Vicente Torregrosa Doménech, alias «Cul-Roch», un mulero que trabajaba para «el Baronet» y que éste despidió para evitar que arraigara el amor entre ellos. Ahora sospechaba que quizá su hija se había fugado para reunirse con él. «El Baronet» e hijo buscaron a «Cul-Roch», que desde el año anterior servía como soldado en el Regimiento de Infantería de Marina, pero no lo encontraron. Fueron a la pensión «El Submarino», próxima al Arsenal, donde se habían hospedado padre e hija dos meses antes, pero el dueño no había vuelto a verla. Así que «el Baronet» regresó a Alicante al día siguiente en el primer «Costa Azul».

Durante el resto de la semana «el Baronet» siguió buscando a su hija: consultó a más adivinadoras y habló con los dos muchachos que rivalizaban por ella.

Los pretendientes

Rafael Sempere Brotons, «el Palleret», contaba con las simpatías de Vicentica, pero no con las de «el Baronet» y su esposa. Vivía en una casa cercana al estanco de Bacarot, cuyo dueño, Antonio Santana Casanova, era pariente suyo. «El Palleret» estaba sirviendo en el Regimiento de la Princesa n.º 4, de guarnición en Alicante, como ciclista del Gobierno Militar. Le dijo que la última vez que vio a Vicenta fue el jueves anterior a su desaparición, y que no había vuelto a saber nada más de ella.

Rafael Baeza era hijo del propietario de la finca del Barón (donde nació «el Baronet»). Era un chico demasiado ingenuo («muy corto» dijo de él «el Baronet» en cierta ocasión), pero era su preferido y el de su esposa como pretendiente de Vicentica, aunque a ella no le gustaba, quizá porque tenía las piernas algo torcidas y porque no era tan espabilado como el otro Rafael, «el Palleret». Había estado el domingo en la Casa de la Muerte y, aprovechando un momento en que se quedó a solas con Vicenta, se le declaró. «Y Visentica me va dir que sí», aseguraba, aunque ella nada le dijo luego a sus padres.

A instancias del alcalde de la partida, Pascual Ruiz Aracil, el jueves 11 se registraron la casa de «el Palleret», el estanco y otras más de la partida, pero no se halló ni rastro de Vicenta. Al día siguiente, «el Baronet» denunció por fin la desaparición ante la Guardia Civil y en el Juzgado del Distrito del Sur.

Se realizaron múltiples pesquisas por parte de la Benemérita: volvieron a registrarse las casas de los pretendientes, se llevaron a cabo batidas por los campos y pueblos próximos, se hicieron circular fotografías de la desaparecida, pero todo fue estéril y pronto se llegó a la conclusión de que Vicenta se había ido lejos de Bacarot y de Alicante en el automóvil que la recogió en la carretera la misma noche en que se fugó de su casa.

El periodista detective

Con el título «La misteriosa desaparición de la joven de Bacarot, Vicenta Torregrosa Ruiz», un reportero de El Luchador que firmaba como «El Detective de la Linterna», empezó el 13 de septiembre a publicar a diario una serie de artículos en los que relataba, con estilo intrigante, las indagaciones que llevó a cabo por su cuenta, entrevistando a los parientes y conocidos de la desaparecida, y visitando los lugares donde se habían desarrollado los hechos. Pero una semana más tarde dio por concluida la campaña al no encontrar ninguna pista buena sobre el paradero de Vicenta.

Rumores

Los rumores se multiplicaron y se propalaron a diario: que si la chica había sido secuestrada, que si se había suicidado, que si había sido asesinada y enterrada secretamente en el cementerio? Cuando se encontraron, envueltos en un saco, restos pestilentes de un cadáver, en una cueva situada en el Fondo de Piqueres, cerca del Barranco de las Ovejas, corrió enseguida la noticia de que se había hallado por fin a la desventurada Vicentica. Pero resultó que se trataba de una cabra. No obstante, como quiera que el lunes por la mañana (antes de ir a Benalúa y luego a Cartagena) se había visto a «el Baronet» por aquel paraje en un carro, arreciaron los rumores que le señalaban a él como el culpable de la muerte y desaparición de su hija. Y, en efecto, como cada lunes, «el Baronet» había llevado sus carros al Fondo de Piqueres, para que sus carreteros transportaran las tierras arcillosas a la fábrica de cerámica que Juan Esteve tenía en la avenida de Alcoy.

Pero a «el Baronet» no le preocupaban estos rumores. Su empeño estaba en seguir buscando a su hija, distribuyendo fotografías suyas por doquier, conventos y lupanares incluidos, gastándose casi todo su peculio.

¿El final?

Mi añorado amigo y maestro Enrique Cerdán Tato recreó este suceso en su libro «Matar con Mozart y 29 atrocidades más», bajo el título «El enigma de la chica guapa». Acabó el relato escribiendo: «Nadie supo más acerca de aquella joven (?). En la casa de la muerte, esperaron resignadamente durante meses. Tan sólo les alcanzó alguna remota noticia casi siempre infundada».

Sin embargo, la historia de Vicenta Torregrosa, la chica guapa y desaparecida de Bacarot, no acabó realmente así, tal como veremos la semana que viene.

www.gerardomunoz.com

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