El campus de la Universidad de Alicante está considerado como uno de los mejores de las universidades europeas y destaca por su arquitectura y diseño. Sin embargo, la utilización de determinados materiales en los pavimentos dificulta un uso igualitario del espacio. Es el caso del edificio Germán Bernácer, cuyo pavimento de listones de madera que dejan un espacio entre sí estéticamente es bonito, pero se convierte en un peligro para la integridad física de cualquier persona que use muletas o bastón y, por supuesto, de las mujeres que lleven zapatos de tacón. Son muchas las compañeras que llevan años quejándose. Esta semana he visto que han colocado a la entrada de dicho edificio una curiosa señal de peligro que advierte: «Peligro de tropiezo con el uso de tacones». Sobre la leyenda aparece el típico triángulo y, en el interior del mismo, el dibujo de unos pies enfundados en unos zapatos tipo salón con un tacón de vértigo. Eso demuestra que en el diseño del edificio no se tuvo en cuenta que su uso incluía a las mujeres, pues, por lo que he podido observar, son las únicas que utilizan este tipo de calzado. Me quiero servir de este pequeñísimo ejemplo para llamar la atención sobre la importancia que tiene quiénes toman las decisiones en el espacio público en general y en quiénes piensan. Con espacio público no sólo me refiero al espacio físico, sino al que identificamos como público por el carácter de los asuntos que se abordan y que diferenciamos o distinguimos del más privado de los espacios, que es el personal y familiar. El sistema patriarcal destina el espacio público a los hombres y el privado o doméstico a las mujeres, de tal forma que cuando se piensa en el sujeto que actúa en el espacio público se piensa realmente en un sujeto masculino. Y aunque las mujeres hemos accedido hace algún tiempo ya a ese espacio que teníamos históricamente vetado, no lo hacemos en las mismas condiciones, puesto que éstas ya están previamente definidas por los hombres. Lo que se nos exige es adaptarnos al espacio construido por hombres y para hombres, sin plantearse que compartir los espacios supone introducir cambios. Así que, volviendo a la señal, no me parece mal que se advierta del peligro, claro, pero sí que no se haga nada por eliminar este obstáculo. Porque lo que la señal advierte en realidad es que si no queremos tener problemas en según qué espacios, o eliminamos nuestras diferencias con los hombres (es decir, nos masculinizamos) o bien nos atenemos a las consecuencias. Quizá Mónica Oriol encargue una señal de éstas para sus empresas en la que aparezca una embarazada. Quién sabe.