Hace unos días tras la jornada de trabajo acudí a comer algo para saciar el estomago, que por cierto, ya sentía sus bocados y en mi mente aquella frase de Séneca: «Todo lo vence el hombre menos el hambre». Qué razón tenía el susodicho. Tomamos posesión de mesa en un lugar cercano y acude una simpática camarera ofreciendo carta. La decisión es tan rápida como el servicio: huevos rotos con ibérico y pimientos de padrón. Con hambre todo está bueno. Eso dicen. Pero créanme cuando les digo que jamás pensamos que un plato tan sencillo, pudiera estar hecho con poca estima. Aquello parecía sacado de una despensa vieja pasado por una cortina de calor y estar cocinado desde hacia tres décadas. Los huevos los romperían, pero para cuajarlos a la plancha. Las patatas fritas, pero no se sabe de cuántos días. Los pimientos de padrón, congelados por dentro. No aptos para dentaduras postizas, de haberlas llevado allí se hubieran quedado, pegadas y chirriando. Igual las hubieran servido a los siguientes clientes. Menudo disgusto, que a estas edades, ya no está una para pérdidas.

-Señorita, por favor, creo que esto no está en condiciones -le dijo mi acompañante con extrema delicadeza-.

La camarera, recogió el plato para mostrárselo al cocinero quien a su vez depositó sobre los mismísimos huevos, dicho sea con todos los respetos, su nariz extremadamente aguileña, herencia de los múltiples antepasados que debieron revolotear por su árbol genealógico. El tipo en cuestión tenía el mismo aspecto de un anticuado barroco, tan longevo como debía ser aquel magnífico plato de huevos rotos. Al final nos hicimos un bocadillo de jamón, era lo más fiable.

Este debía ser un cocinero sin estrella o estrellado, de los que afortunadamente ya no quedan, ahora que está tan de moda la gastronomía y las artes culinarias han subido al estrellato de platos de televisiones y otros lugares de gran importancia para nuestra sociedad.

Aunque sin duda puedan encontrársele a la escuela numerosas utilidades tanto en la enseñanza media como en la universitaria, la gastronomía ha pasado de los fogones a la Universidad tras su evolución en la última década como muestra de un reconocimiento social. La ilustre gastronomía ya es reconocida como una expresión artística y cultural impregnada por la historia natural y social de cada lugar, adquiriendo cada vez más importancia. La buena mesa nos da un cuadro donde se escenifica en cada comida las relaciones sociales, las familiares. Desde la antigüedad, compartir mesa ha sido el modo de hacer una fiesta. La buena mesa es el punto de encuentro para celebrar el amor, la amistad, reuniones de trabajo o simplemente para divertirnos o aprender de una tertulia. Disfrutar de los cinco sentidos con el placer de una buena alimentación y las sensaciones del sabor de unos platos que son un elemento clave en nuestra cultura. En especial la mediterránea, supone un gran culto sobre manteles con las notas de nuestros secretos y tradiciones mediante una alimentación sana de vital importancia que nos aporta equilibrio en nuestra mente y sentimientos.

El comer bien, es decir, la gastronomía, considero que debe entenderse más allá de unas técnicas o métodos de cocción con fogones, es más que eso. Es algo que ayuda a las relaciones sociales de una región determinada, de las tierras donde provienen los recursos alimenticios, de las gentes que habitan esas tierras, del modo que une a ese colectivo de personas a elaborar ciertos platos característicos relacionados con su historia y sociedad.

La gastronomía mediterránea es todo un ejemplo de valor de nuestros productos, de nuestras costumbres y técnicas culinarias. Un valor para la industria y para la economía. El valor de la dieta mediterránea, declarada por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Hablando de artes culinarias, como ejemplo podría citar a un gastrónomo puntero en Alicante y embajador de la gastronomía mediterránea, me refiero a Antonio Marquerí, director de la Cátedra Internacional de Gastronomía Mediterránea y catedrático extraordinario. Él ha sabido dirigir la arquitectura al camino de la gastronomía llevándola a la Universidad y más allá de nuestras fronteras.

La gastronomía es un interesante vehículo para la promoción turística con el amplio abanico de oferta gastronómica que contamos sobre todo en la provincia de Alicante. Pero hay otras cuestiones que son esenciales y no debemos olvidar. Considero que para conseguir el fin más importante de la gastronomía debe prevalecer ante todo la necesidad de una adecuada alimentación y nutrición, tan necesaria para un buen crecimiento y evitar enfermedades. Para ello es muy importante que estemos concienciados a actuar desde la prevención empezando a educar a nuestros menores desde temprana edad en los centros de enseñanza. La gastronomía debe ser considerada desde el primer día de colegio y en nuestros hogares como una asignatura. Debe volar muy alto.