En Andalucía, donde pastan gobiernos socialistas prácticamente desde la Transición, la juez de los ERE acaba de ordenar el registro de la Diputación de Sevilla y la detención de, al menos, 30 sospechosos por distintos delitos de corrupción en cinco comunidades autónomas. En la Comunidad Valenciana y Madrid, la operación Púnica se ha saldado, de momento, con el arresto de 50 sospechosos de poner el cazo y el encarcelamiento de quien estaba llamado a suceder a la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. A estas horas deben de haber desfilado ya por la Audiencia Nacional distintos consejeros de la extinta Caja Mediterráneo para explicarle al juez cómo fue posible que el último presidente de la entidad se embolsara en dietas cantidades indecentes de pasta. La hasta hace poco segunda autoridad de la Comunidad Valenciana y presidente de las Cortes, Juan Cotino, es sospechoso de prevaricación, cohecho y malversación de fondos públicos por la visita del Papa a Valencia. Tarjetas black, comisiones por obras, constructores, alcaldes, adjudicatarios públicos,... no sigo. Resulta descaradamente insultante que desde los dos grandes partidos todavía se estén preguntando cómo puede liderar las encuestas en intención de voto del CIS una formación creada hace menos de un año que debe su ascendencia popular al pico de oro de un líder bendecido por la televisión privada y las redes sociales. El último en intentar en sumarse al esperpento mediático para desacreditar al representante de Podemos ha sido Esteban González Pons, uno de los mejores monologuistas (con poca gracia, por cierto) que tiene en nómina el Partido Popular, al comparar a Pablo Iglesias con un hijo de Ceaucescu, el dictador rumano que cayó en manos de su pueblo en cuanto se desvanecieron los regímenes del bloque comunista. No aprenden. Cada vez que uno de estos abre la boca se genera un puñado de miles de votos más para Podemos, que, dicho sea de paso, lo mismo aceptan a gente del 15-M que al ex coordinador de Seguridad de la alcaldesa de Alicante. Podemos puede parecer un experimento peligroso, pero representa la ira del electorado ante la chusma que nos ha estado gobernando durante años. Y la culpa no es de quien alimenta con sus preferencias el último sondeo del CIS, sino de esos últimos. De la cochambre y del grupete de caraduras que han poblado las instituciones mientras se alargaban las colas del paro y los comedores sociales. Mírenlo por este lado; dado que una amplia mayoría de la extrema derecha española ya está representada dentro de un partido mayoritario, un puñado de canales de televisión, páginas web subvencionadas con fondos públicos y emisoras de radio en manos de lunáticos y salvapatrias, lo lógico habría sido que aquí ocurriera lo de Francia, Países Bajos o Italia, y que toda esa furia justificada contra los gobernantes de turno se hubiera convertido en catapulta de alianzas nacionales, españas dosmiles y otros imitadores de Berlusconi o Le Pen. Complicado dilema el de un país que debe decantarse entre un chavismo a la europea o la corrupción que anida ya casi de forma estructural en los dos grandes partidos.