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Gerardo Muñoz

El arquetipo del mercader alicantino del siglo XVII

Felipe Moscoso nació en Orán en 1635, en el seno de una acomodada familia de comerciantes judíos. Su padre, Jacob Çaportas, se exilió con su familia a Génova antes de 1660.

Felipe se convirtió al catolicismo sin que ello supusiera un trauma familiar, pues siguió teniendo una buena relación con su padre, que permaneció fiel al hebraísmo. Cambió su apellido por el de Moscoso y vivió el resto de su vida como un buen cristiano de la Contrarreforma.

En noviembre de 1660 arribó Felipe a Alicante con cartas de recomendación de sus amigos Contreras, de Liorna (Livorno).

Con 6.457 habitantes, Alicante reunía entonces unas condiciones atractivas para el comercio internacional gracias a su puerto, que servía de avanzada de Valencia, ya que esta ciudad poseía un simple muelle de madera en el Grao. Contaba además Alicante, por estar en el reino de Valencia, con una estabilidad monetaria y unos privilegios fiscales de los que carecían los puertos de Castilla, como Cartagena.

Gracias al informe que redactó en 1669 el cónsul francés Robert Pregent sobre el comercio marítimo alicantino, sabemos que se importaba (2.100.000 libras) mucho más que se exportaba (95.000 libras). Las mercancías desembarcadas procedían de Francia (37'1%), Inglaterra (23'8%), Holanda (12%), Bélgica (9'5%), Portugal (7'1%), Italia (5'7%) y Cataluña (4'8%).

Los corsarios argelinos obligaban a navegar en convoyes y la mayoría de los productos llegaban o partían de Alicante en barcos genoveses, holandeses e ingleses. Los pocos fletamentos que se hacían aquí eran de cabotaje o para ir a la plaza española de Orán, de donde se traía cera, trigo, cuero y esclavos.

La compraventa de esclavos era un negocio muy rentable porque existía mucha demanda. Un ejemplo lo encontramos en la venta de la esclava Jusepa María, de 25 años. El 29 de noviembre de 1677, ante el notario Honorato Boyer, el mercader inglés Antonio Basset (el más poderoso de Alicante, según los derechos portuarios) vendió al escribano murciano Justino Valdrés una esclava «de buena estatura, color negro tesado, buen aspecto y sin ninguna señal, la qual traxo de Oran a esta ciudad el patron Nicolas Alemunda Ginoves siendo entonces aquella de hedad de catorce años poco mas o menos y llamada Ambrora» por 208 reales de plata, pero quedándose con el niño que ella había parido el año anterior, «como cosa mia propia para hazer y disponer del siempre que quisiere a mi voluntad».

El comercio marítimo alicantino estaba bajo un abrumador control extranjero. Si en el siglo XVI habían sido los mercaderes genoveses quienes habían controlado las exportaciones e importaciones, en el Seiscientos eran sobre todo británicos y franceses. De los 78 comerciantes que había registrados en Alicante en 1683, solo 19 (24%) eran españoles: 23 eran ingleses, 21 franceses, 11 italianos y 4 flamencos. Los había católicos y protestantes, pero casi todos se integraron en la sociedad alicantina sin renunciar a sus orígenes y haciendo de Alicante una ciudad cosmopolita.

Moscoso tomó como ejemplo a los mercaderes ingleses porque se enriquecían durante su estancia en Alicante: «(?) y se hacen muy ricos en pocos años, que Jusephe Herne llegó a esta sin más caudal que sus comisiones y volvió 4 años ha a Londres con más de cien mil pesos, Benjamín Neulan con más de 70 y al tenor siguiente de mi tiempo conozco algunos (?)».

Los comerciantes ingleses eran considerados importantes para la economía no solo alicantina, sino del país. Hasta tal punto que incluso en tiempos conflictivos con Inglaterra eran bien tratados. En julio de 1667, por ejemplo, el comerciante inglés residente en Alicante Guillermo Blundem recibió la protección de Carlos II.

Entre 1683 y 1687, los mercaderes que más volumen de negocio movían en el puerto alicantino eran ingleses: Antonio Basset, Samuel Wates y Tomás Jeffreys. A mucha distancia quedaban los comerciantes alicantinos: Arnau, Riera, Moxica, Mingot, Tredós, Cerdá?

En mayo de 1661 obtuvo la vecindad Moscoso, pudiéndose acoger a partir de entonces a las exenciones de derechos de aduana y a importantes reducciones de impuestos.

Comoquiera que el barco genovés en el que llegó a Alicante fue atacado por los corsarios, Moscoso decidió asegurar siempre sus productos. Esta medida de prevención estaba muy generalizada. Cuando el 24 de agosto de 1677 el Ayuntamiento alicantino fletó tres bajeles con víveres para la guarnición oraní, aseguró el cargamento, gracias a lo cual recibió 40.500 reales como compensación por haber sido apresados dichos bajeles por los argelinos.

Durante los 26 años que vivió en Alicante, Moscoso importó tabaco inglés y portugués, pescado de Londres, especias y textiles de Ámsterdam, azúcar de Portugal, lienzos de Hamburgo, trigo de Orán; exportó jabón de Elche y barrilla a Italia, Portugal y Holanda, pasa de Denia a Londres y Ámsterdam, vino malvasía a Lisboa, almendras a Holanda, lana de Segovia a Francia, Italia y Alemania, esparto a Italia y Portugal, y hasta intentó vender sal de La Mata en Génova, aunque no pudo debido a la competencia de otros comerciantes alicantinos.

Amplió y ramificó frecuentemente sus negocios, trayendo almizcle, solimán y otras especies de Turquía, a través de Liorna, al mi mo tiempo que enviaba paños negros finos de Holanda con destino a Turquía. Trajo azúcar de Motril y zumaque granadino a cambio de almendras de Alicante y arroz de Cullera. Trasladó a Madrid papel de Génova, dátiles de Orán y holandillas de Ámsterdam. Mandó aceite mallorquín a Orán y Ámsterdam; y, a Mallorca, lienzos turcos y esclavas de Orán.

La abundancia de esclavos hizo que Moscoso diversificara su venta por casi toda España. A finales de 1663 envió 27 esclavas a Mallorca. También vendió y mandó esclavos a Málaga, Cartagena, Orihuela, Madrid e Ibiza. En agosto de 1682, el murciano Juan Tizón le reclamaba por carta el envío de la eslava que le había comprado «porque me açe mucha falta».

Felipe Moscoso no tenía embarcaciones propias, marcaba sus mercancías con la letra F y pagaba con letras de cambio, giradas sobre banqueros italianos o los capitanes de barco que las transportaban. Contaba con asociados en numerosos puertos extranjeros y poblaciones españolas.

Hizo muchas amistades, algunas muy poderosas (Iñigo de Toledo y Osorio, gobernador de Orán; el marqués de Leganés, virrey de Cataluña; la condesa de Cirat; los marqueses de los Velez, y del Viso y Bayona), que le ayudaron a mantenerse oportunamente informado de todo cuanto de importancia acontecía en la Corte. También mantuvo correspondencia con los capitanes generales de las galeras de España y Nápoles. En Alicante, además de Jacinto Fornel y los hermanos Gaspar y Francisco Moxica, con quienes entabló amistad al poco de llegar, se relacionó con Gaspar Fernández de Mesa y Pardo, y Francisco Martínez de Vera y Bosch, señor de Busot y Ares (que fueron sus albaceas), y Marco Antonio Berenguer de Marquina, a quien le cedió varios esclavos en su testamento.

Con todos ellos intercambió favores. Por ejemplo, cuando en mayo de 1664 el caballero alicantino Jaime Talayero fue a Roma a por una dispensa pontificia, Moscoso envió una carta a su asociado genovés Francisco Ravaschero, en la que le pedía que asistiera al viajero en todo cuanto precisara «por ser caballero en que concurren grandes prendas y ser de toda mi obligación». Por cierto que, en agosto de 1682, recibió de su asociado murciano Juan Tizón Zapata una carta en la que le daba noticia del asesinato del caballero Jaime Talayero a manos de Eugenio de Yepes, «dicen porque no quiso entregar unos papeles que le pedían para hacer partición, llebóle engañado por diferentes calles, dibirtiéndole con su conversación, asta que en una calleguela que no parecía nadie le tiró. No a muerto aún, pero diçen los cirujanos no tiene remedio».

Moscoso era soltero. Tenía contratado a un escribano, Pedro Barber, y dos criados: Tomás Cerdá y Juan Ortiz. Tenía hermanas y un hermano, Salomón Çaportas, que adoptó el nombre de Manuel Moscoso cuando vino a España, viviendo en Madrid y en Cádiz.

Entre 1681 y 1685 atravesó Felipe una situación económica apurada, debido a la dificultad que tenía para cobrar las deudas.

Murió en 1686, dejando como herederos a sus hermanos y ordenando que se le enterrara en la iglesia del convento del Carmen. Debido al pleito que sobre su herencia se sustanció en la Audiencia de Valencia, sus libros y correspondencia fue incautada, gracias a lo cual se conservan en el Archivo del Reino de Valencia.

El historiador británico Henry Kamen («La España de Carlos II», 1981) escribió que Felipe Moscoso podía ser considerado como «el arquetipo del mercader español de su época; plenamente dedicado a su actividad, meticuloso, calculador, operativo». Y, más recientemente (2013), Vicente Montojo recopiló toda su correspondencia en un libro.

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