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Juan José Millas

Un valle desierto

El declive demográfico significa que cada vez somos menos. No importa, somos demasiados. Yo me encuentro entre los primeros que sobran. A veces, por las noches, entre las sábanas, las piernas y los brazos encogidos, igual que un feto anciano, imagino cómo sería la humanidad cuando en el planeta no había, por ejemplo, más que un millón de seres humanos. Significa que tú atravesabas un valle con los treinta o cuarenta miembros de tu tribu, y a lo mejor no veías a nadie porque no había nadie. Los seres humanos estábamos en minoría respecto a los mustélidos. Había mustélidos por todas partes. Estamos hablando de una época en la que no existía Zaragoza. ¿Cómo puede ser eso?, se preguntara su alcalde. No se apure, tampoco existían los martes ni los miércoles, ni el sistema métrico decimal. Éramos tres millones, o menos, pero nos daba igual porque la palabra millón ni siquiera se había inventado. Ahora hablamos de millones de euros como si los euros y los millones fueran de toda la vida, pero son cosas de anteayer, si pensamos en términos históricos.

Pues bien, imagínense una época en la que apenas hubiera un millón de seres humanos esparcidos a lo largo y ancho de la Tierra. Nosotros venimos de ahí, de esa soledad hacia la que nos conduce el declive demográfico. No éramos conscientes de ella porque el mundo estaba sin cartografiar, ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que teníamos huellas dactilares. Lo de la soledad, por otra parte, es un invento reciente, igual que lo del desamparo, la orfandad, la intemperie? Todo eso ocurre con los primeros existencialismos, que permanecen sin datar. Somos hijos de aquellos ramalazos de miedo que ahora observamos con ternura en nuestros perros más que en nuestros gatos. Por lo visto, el proceso de domesticación de los gatos está sin completar, por eso dan menos pena que los canes, a menos que sean muy pequeños y tiriten de frío. No sabemos cuántos millones de perros hay en el mundo, pero podría calcularse. En todo caso, no sufren del declive demográfico nuestro. Quizá llegue el día en que haya más óvulos congelados que frescos. De momento, hoy es domingo (o sábado, ahora no caigo) y existe Zaragoza. Estoy a punto de dormirme en postura fetal. En mi imaginación, atravieso un valle desierto.

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