El otro día en el AVE coincidí con dos buenos amigos, uno, en particular amigo y hermano de amiga de toda la vida. Dos buenas personas, idealistas, de los que siempre da gusto encontrar; con los que me pasé todo el viaje de pie. Absolutamente de pie, ante la mirada atónita de ellos mismos, Manuel Tejeda y Francisco Olivares. Porque cuando tres personas con química, con ganas de hablar de cosas con sentido y sobre todo apasionados de nuestra tierra, aunque nos toque muchas veces hacer otras tierras para ganarlos la vida (en mi caso mi Madrid también me «mata», porque entre otras cosas nací allí), no dejamos de pensar en la nuestra. Así que entre gente entrando y saliendo, olor a bocata de bacón y camembert (qué estiloso y qué rico a esas horas mañaneras...), cafetitos, periódicos y alguna cerveza que otra (porque dos horas y media dan para ir cambiando «de tercio») mientras me animaban a que, porqué no, tuviese el «estilo» yo también ( y falta de razón no tenían) de ir a ver y saber qué era eso de Podemos, que tanto está dando que hablar y de discutir... Si hasta Ana Patricia Botín tiene curiosidad por qué no la iba a tener yo, lógico. Así que entramos en batalla dialéctica tan interesante que nos dieron las 11.45 y casi me quedo en el vagón cafetería sin respirar?. La verdad es que Pablo Iglesias es un tipo interesante. Estiloso, estiloso, lo que se dice estiloso, el chico no puede decir que lo sea. Es un tipo de esos que en el instituto hubiese compartido primera fila conmigo y, seguramente, la hermana de mi amigo, Isabel, mientras nos decían lo de «empollones», gafitas cuatro ojos y demás lindezas que en la tierna y borde adolescencia te dicen «amablemente» los púberes granosillos cuando les fastidia que alguien preste atención al pobre profesor; ése que extenuado trata de contar todo lo que de sí sabe y siente, todo lo que le ha hecho ser ese pedazo de elemento socialmente imprescindible y que hará de ti y de tu vida, si te dejas, algo de «provecho».

Pues bien, este Pablo y Podemos me resulta curioso, aunque que tengo que resaltar que ya el verbo ( Podemos) no sé porqué me parece de un márketing manidito ( Yes we can) pero a la española. Esa coleta y esa cara de niño bueno más bien «borde» y listo, de ojos vivaraces, curiosos y sobre todo hasta el mismo asombrado de lo que le está pasando? ese andar así como de Heavy Metal del Hendrix pero pasado por la tourmix de niño estudioso y libro proge, me fascinan? he de reconocerlo, porque es el triunfo del tío listo que no era el guaperas, y ahora (creedme) suspiran a su paso cuantas «pitufas» le hubiese gustado pillar a él, pero ni le miraban.

Ahora el niño de Kafka es casi «dios», y como le dejen, acabará por serlo? Pero dicho todo esto (y prometiendo ir, si después de esta columna me dejan, a escuchar, participar incluso y discutir una jornada asamblearia) tengo que decir que me tiene loca eso del programa que se gastan. Y sobre todo, que con ese diagnóstico genial (porque lo es) sobre todo, incluyendo hasta la Moda si te apuras, no me digan jamás a estas alturas cuál es el credo que me tengo que creer. Porque, señores, no hay credo.

Hay Dios, eso sí, y sobre todo una de las mejores y más increíbles máquinas de márketing de la Historia. Pero yo me quedo con otro verbo. El de querer. Porque hoy, sin dudarlo, reivindico el querer, queriendo.. Queremos me sugiere más que Podemos, y sobre todo, porque al final, entre tanto colectivo y amalgama, sigo pensando que es la suma de voluntades, de quereres, de pretensiones, de ideas y de personas las que crean ese futuro que tanto hace falta. Feliz Domingo.