Cuánta razón tenía Gabriel Aresti cuando decía eso de «Pienso que mi nombre es mi ser,/ y que no soy/ sino mi nombre». Y es que buscar el nombre de una formación conlleva tanto tiempo como montar alguna de las obras del repertorio. La cosa es delicada ya que, además de significar, el nombre va a condicionar. Entonces el Trío Beaux Arts, nos sugiere equilibrio, belleza y ponderación; el Trío Mompou nos traslada a Levante en el siglo XX o Trío Eroica nos incita a la revolución, pero también a un repertorio centrado en el siglo XIX. Luego estas premisas pueden cumplirse o no. Da igual. Lo importante es el condicionamiento.

Más llamativo es el caso en el que para la formación se recurre a los apellidos de los propios componentes. La propuesta, lejos de ser nueva, ha sido utilizada con frecuencia como en el caso del Trío Rubinstein, Szeryng, Fournier o cuando directamente el nombre que aparece es el del componente de mayor calado, como el Trío Cortot.

En el citado trío encontramos a Jacques Thibaud y a un tal Pablo Casals. A pesar de la notoriedad del resto de integrantes, en el breve periodo de tiempo en que la formación se denominaba únicamente con el nombre del pianista Cortot, resultaba que, además de que Pau fuera todavía Pablo, el pianista francés era el que cortaba el bacalao.

Lo que es cierto es que, tras esas propuestas de nombres, se esconde la intención de destacar la carrera de solista o que ésta no se vea engullida por la fama del trío. Pero tiene una contraindicación: o se es verdaderamente conocido o el asunto no funciona. Si funcionará con el Trío Faust, Melnikov, Queyras solo el tiempo lo dirá.

Lo que sí pudimos concluir el pasado viernes en el recital que realizaron en el Teatro Principal, es que los Tríos de Robert Schumann son tan hermosos como peligrosos. Y en esto último la agrupación demostró un trabajo riguroso y meticuloso a pesar de que no entendiera algunos tempos excesivamente lentos o el abuso, ocasional, de los dos principales pedales por parte del pianista. Todo lo demás para recordar, excepto el nombre, que se me escapa de la memoria como la arena de entre los dedos.