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Javier Llopis

Opinión

Javier Llopis

El asesino era el mayordomo

El actual gobierno de Alcoy acaba de enfrentarse a su primer brote de legionela. La noticia representa casi un hito histórico, ya que con esta nueva oleada epidémica el eterno problema sanitario alcoyano le da la vuelta completa al cuentakilómetros político: Empezó durante el gobierno de coalición de izquierdas presidido por el socialista José Sanus, creció y llegó a su esplendor durante la etapa del Partido Popular en la Alcaldía (15 brotes en 10 años son difíciles de superar) y continúa tras el regreso de las fuerzas progresistas al poder municipal. A lo largo de década y media, Alcoy ha ido empalmando una tras otra estas periódicas crisis de salud pública y entre todas ellas sólo ha existido un único punto de conexión: su gestión ha estado siempre en manos de una Conselleria de Sanidad controlada por responsables del Partido Popular. Ante el peso de la evidencia, resulta inevitable recurrir al clásico de las novelas de misterio y señalar que el asesino es el mayordomo: o sea, unas autoridades autonómicas que tienen todas las competencias en materia sanitaria y que han sido incapaces de acabar con la puñetera bacteria, dejando que esta ciudad se haya convertido en una anomalía internacional sobre la que se escriben tesis doctorales.

La mejor prueba de que la Conselleria de Sanidad no ha dado con la tecla de la legionela alcoyana es que en otros lugares del mundo el problema se zanja siempre de forma efectiva y definitiva tras la localización y la desinfección del foco del primer brote. Alcoy es un caso único en el que han fallado sistemáticamente todos los dispositivos de prevención. Las explicaciones oficiales que se han dado para esta situación de singularidad resultan altamente insatisfactorias y en algunos casos hasta pueriles: se habla de la influencia de la geografía local, de una extraña conjunción de vientos y de elementos meteorológicos, de nuestra peculiar ordenación industrial y hasta de una superbacteria mutante, que ha logrado resistir a los más corrosivos desinfectantes químicos. Todo suena a camelo. Se produce aquí otro de los hechos diferenciales de la legionela alcoyana: la bacteria nunca llega sola a nuestra ciudad, siempre aterriza entre nosotros acompañada por el peligrosísimo virus de la mentira y de la ocultación de la realidad.

A lo largo de quince años y tras un saldo de más de 300 enfermos y de una docena de muertos, lo único que ha conseguido Sanidad es reducir el impacto de los brotes, sin lograr en ningún momento la erradicación definitiva del problema. Descartada la posibilidad de que nuestras autoridades sanitarias sean patológicamente incompetentes, sólo cabe atribuir esta situación al desinterés institucional y a la negativa a poner los medios técnicos necesarios para acabar de forma radical con esta maldición bíblica. Superado el escándalo político de las grandes epidemias del año 2000, la legionela ha desaparecido de la agenda de prioridades del gobierno autonómico valenciano, que desde entonces se limita a torear el asunto con tecnicismos incomprensibles o con inaceptables invitaciones a la resignación.

La legionela ha afectado a nuestra salud, le ha complicado la existencia a nuestra depauperada industria, ha dañado gravemente la imagen externa de la ciudad y ha dejado su sello en innumerables aspectos de nuestra vida cotidiana. A pesar de eso, nadie se ha tomado la molestia de encargar un estudio en profundidad sobre las causas reales de esta inacabable crisis sanitaria y sobre los métodos que se han de aplicar para salir de esta situación de perpetua excepcionalidad. Nos hallamos ante una gran demostración de desprecio y de irresponsabilidad política, que nos condena a vivir por los siglos de los siglos con la espada de Damocles de la bacteria sobre nuestras cabezas. De no producirse un drástico cambio de planteamientos en la Conselleria de Sanidad, Alcoy seguirá en un sitio extraño y peligroso, en el que uno puede ponerse enfermo por hacer algo tan normal como salir a la calle y respirar.

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