Inexorablemente se acercan los días de las elecciones generales, previstas para el domingo 20 de diciembre de 2015. Poco a poco se van calentando motores mediante la toma de temperatura de los diversos partidos políticos; el resultado es que, en general, andan bajos de calorías, andan renqueantes en su capacidad de entusiasmar al electorado, porque sus achaques son numerosos y graves, especialmente el de la corrupción y el del paro, que han generado y que no han sabido, querido o podido corregir. Los culpables son claramente el PSOE y el PP; los populares ahondaron la fosa que empezaron a cavar los socialistas y en ese hoyo estamos la mayoría de aquellos españoles que antaño compusimos la clase media del país. Un horror de escombros y de desigualdades sociales y económicas.

Las encuestas castigan a los partidos clásicos (PP, PSOE, IU y UPyD) y premian, cada vez más mayoritariamente, a la nueva formación de Podemos, liderado por un joven con coleta, con pinta de vecino que te puedes encontrar en la calle o el supermercado y que habla con palabras entendibles por todos y además, de modo muy razonable. Los partidos clásicos se rasgan las vestiduras y les atacan visceralmente. Y aquí uno no acaba de entender esa inquina contra Podemos, aunque les siegue la hierba bajo sus pies. No es que los de Podemos sean malos; es que lo que han hecho las cosas mal son los demás partidos, al haber dilapidado tanto los votos como las esperanzas de los que una día les votaron.

El PP es un partido resultado de varios otros pequeños, finalmente integrados en una sola sigla. La izquierda, ahora mismo, es un mosaico de partidos, incapaces de llegar a acuerdos de programa, aun cuando éstos tengan semejanzas importantes entre sí. Uno se pregunta, ¿por qué los partidos de izquierda no pueden llegar a acuerdos políticos y formar un gran bloque de coalición? Es verdad que el ego de los partidos es demasiado grande y que la ambición de sus componentes por ser los únicos y exclusivos en abarcar los votos de la izquierda es enorme. Pero, como suele suceder, la ambición y la inteligencia no siempre van juntas; a mayor ambición mayor es la tontuna y hay que ser tonto para no darse cuenta de que el electorado está avisando de manera contundente: visto lo visto, y según estamos, no nos representáis; no nos fiamos más de vosotros; solo pensáis en vuestros intereses y no en los nuestros. Vuestras palabras y vuestras promesas nos suenan vacías y falsas; nos habéis engañado ya demasiadas veces. Votaremos a gente nueva. Votaremos a Podemos.

¿Llevan razón los votantes cuando piensan así? Evidente, sí; pero no toda la razón. Los partidos de izquierda tienen capacidad en hacerse autocrítica y en intentar corregir errores; estos errores no son otros que el haber sucumbido a los excesos del capitalismo; excesos que nos han empobrecido y arruinado a todos. Podemos lo ha advertido ya: lucharán contra esos excesos. Los demás partidos de izquierda también lo prometen. ¿Qué les impide hacer una gran coalición formando una nueva izquierda? Nos gustaría que los dirigentes de los partidos tuvieran una mayor humildad; que dejen de pensar en réditos electorales exclusivamente y piensen más en nosotros. Aún es tiempo de sentarse a hablar entre todos; de proponer alianzas, de limar exigencias, de renunciar a protagonismos, de aclarar intenciones, de exhibir propósitos de la enmienda creíbles, de construir un solo programa y una sola coalición. ¿Serán capaces de hacerlo? Muchos de los componentes de base de los partidos de izquierda lo ven así y así lo desean; los aparatos de los partidos, no. Ese es el problema. Ante tanta estupidez, hagamos votos para que éstos tengan momentos de lucidez y obren en consecuencia.