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Cambio de tercio

Estoy razonablemente harto de que se hable de «rivales directos», una especie de plaga letal de equipos con expectativas presuntamente similares a las del Elche y que por lo tanto aquilatan o agravan el resultado obtenido contra ellos. No tengo muy claro qué clase de pedigrí humilde se exige para pertenecer a este grupo de pececillos rodeado de tiburones, pero debo mencionar dos salvedades: cada temporada aparece un insospechado «rival directo» predestinado a una situación cómoda pero hundido en el pozo de la categoría hasta la última jornada y otro a quien se daba por descendido inevitablemente en septiembre y nueve meses más tarde tontea con la clasificación para Europa. Es un juego confuso con demasiadas excepciones y matices. Cito de memoria, pero la temporada pasada el Elche sólo perdió los seis puntos contra tres equipos: Real Madrid, Atlético de Madrid y Granada. Contra los restantes 16 ganó al menos uno y me pregunto sagazmente si los tres puntos obtenidos contra el Valencia fueron menos valiosos que los otros tantos conseguidos contra el Español, un «rival directo» entonces que anoche tuvo la deferencia de visitarnos con idéntico currículo. Hay «rivales directos» tan inseparables como las hermanas Hurtado.

Todo esto genera un efecto perverso doble: ante un «rival directo», los jugadores sufren una sobrecarga de responsabilidad; ante un rival inalcanzable, una sobrecarga de relajación. No obstante, admitamos como frivolidad teórica que recibir al Español sea más trascendente que visitar el Bernabéu. Si esto es así, el Español perdió anoche su condición de «rival directo» para convertirse en el manto de la Verónica porque encajó un gol «etrusco» (los «goles etruscos» son aquellos en que el espectador se pregunta en qué estaría pensando el portero), falló dos oportunidades «etruscas» (en estos casos, el espectador se pregunta en qué estaría pensando el delantero) y sufrió que por primera vez desde hace dos meses el Elche lograra incorporarse del diván del psiquiatra. Como ustedes comprenderán, que el Español sea un «rival directo» carecía entonces y ahora de relevancia. Lo relevante es que se jugó un magnífico partido rubricado con tres puntos urgentes y convendría repetir la quermés contra rivales directos, indirectos, tirios, troyanos, solteros y casados. Finalmente, el fútbol es una tarea que sólo requiere sencillez, convicción y un árbitro indulgente que no se apellide Teixeira. Sucede lo mismo que con aquel bodeguero a quien sus hijos preguntaron en el lecho de muerte la fórmula del vino blanco. «Hijos míos», murmuró el moribundo, «el vino blanco sólo se hace con uvas».

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