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Breve epílogo en clave sentimental

La clave de este breve y sentido comentario se circunscribe a la década de los setenta, la de la forja de un adolescente en adulto y la de un deslumbrante novillero en matador de toros de amplias famas y universales reconocimientos, del infaustamente recién finado José María Manzanares. Cuando, a raíz de su debut con picadores, luminoso mayo benidormí de 197o, me inspiró una frase, colofón de la crítica del feliz festejo que, con el tiempo, haría fortuna en los ámbitos del taurinismo alicantino de entonces: «Viértanse una gotas de la hondura de Ordóñez, sin olvidar algunas otras de la frescura alada de Camino y un chorrito del parsimonioso dominar de Domingo Ortega, en rica coctelera, sabias manos las mezclen y sírvase en delicada copa: Manzanares».

Y a partir de ahí, meteórica carrera de novillero puntero. Un joven que apenas pudo disfrutar de las correrías propias de su edad con compañeros coetáneos, sus colegas de instituto, esos con los que se intercambian afanes y sentires. Todavía adolescente, le rodea un mundo de adultos, gentes del toro, que irá influyendo en la timidez de su carácter, reservado en la distancia, entrañable en la cercanía, cálido en la amistad, popular sin efusiva popularidad. La forja del carácter que le hará escalar altísimas cimas del arte del mejor torear. Por ejemplar.

Qué década la de los años setenta, la más rica en sensaciones, según mi sentir, ventajas de un longevo, tan pródiga en los afanes de José María, que, apenas un imberbe, recién su sonada alternativa, le planta cara a lo de Miura en Alicante, 25 de junio de 1972, y antes, XII Corrida de la Prensa, en su tercera presencia alicantina, se entretiene en desorejar y «desrrabar» a sus dos toros, de Eusebia Galache, el 21 de agosto de 1971, ante unos sorprendidos Puerta y Benítez El Cordobés, a dos meses escasos de su reciente doctorado. Hay sentido bache en 1974, dicen que anda algo «distraído», y solloza de rabiosa decepción cuando se le excluye de la Prensa. Volverá arrebatador el año siguiente. Coraje de adulto es. Sin remisión...

Inolvidable la tarde, 23 de junio de 1973, ante «Enemigo», de Juan Pedro Domecq, otros Juan Pedros, cuando la banda de música, batuta de Emilio Álvarez Antón, en el paroxismo del entusiasmo se arranca con el pasodoble «Que viva España», con el público en pie, ronco de jalear aquel faenón. Y los toros, en repetidas ocasiones, de Miura, Pablo Romero, Victorino Martín, Guardiolas, Cebada Gago, Atanasio y Conde de la Corte que, entre otros, atestiguan su grandeza torera. José María Manzanares, en su alado caminar ante la historia. Alicante. Noviembre.

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