Teniendo en cuenta los tiempos que estamos viviendo, uno no puede evitar contemplar la ficción como única salida posible para soportar la sociedad que nos rodea. Día a día, la realidad se destiñe enseñándonos su peor color y todas las creencias sobre las que se asentaba aparecen ahora como máscaras irónicas que se mofan de nuestra candidez democrática. Así lo demuestran los acontecimientos que han vapuleado nuestra paciencia en las últimas semanas. Desde un Rodrigo Rato que, a pesar de haber sido presidente del FMI, aparece como un profano en Economía cuando le preguntan por las tarjetas opacas; un Blesa cuya desfachatez se agranda tanto como los desfalcos que hizo cuando era presidente de la entidad rescatada; o un Partido Popular valenciano cuyo presidente se llena la boca de líneas rojas, a la vez que nombra a un imputado como sustituto de Juan Cotino o clasifica los grados de imputación, como nueva estrategia para ir salvando a muchos de los cargos inculpados que, al final, acabarán poblando sus listas electorales.

En Orihuela, no quedamos al margen de esta tendencia tan extendida en la actualidad. Así, uno no da crédito al hecho de que la empresa que nos cobra por aparcar en un recuadro azul, no pague nada a las arcas públicas de nuestro Ayuntamiento pero sí nos pueda multar si te retrasas diez minutos en recoger tu vehículo; o se pasma cuando oye a la antigua alcaldesa de la ciudad casi celebrar la ratificación de su imputación por el caso Brugal. Con su visión peculiar de la realidad judicial, no duda en decir que su partido sale reforzado con el auto que la procesa a ella y a 34 personas más y que, por supuesto, no piensa dimitir: su conciencia (vocablo cuyo significado se está revisando en el PP) está tranquila.

Así las cosas, como decía al principio, solo nos queda la ficción, crearnos un mundo paralelo y utópico que nos evite el colapso. Por ello, uno se congratula cuando ríe la mordacidad de programas como El Intermedio o ve películas como la argentina Relatos salvajes, que nos muestran, por encima de todo, la suerte que tienen quienes nos dirigen. Rodeados como están de corderos, uno envidia la singular procacidad del Gran Wyoming y se admira de la determinación de personajes como El Bombita, encarnado por Ricardo Darín. La enseñanza que nos dejan estas ficciones está bien clara: en un mundo donde los poderes actúan salvajemente camuflados bajo la dictadura de las buenas formas, la ética y la moral de la mayoría de la sociedad son un lujo al que los gobernantes han sacado un enorme rédito. Pero deben ser prudentes. Cualquier día la ficción, como nos recuerda la película argentina, puede convertirse en la peor de las realidades.