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Una sociedad de lerdos

Hace un par de semanas, este periódico convertía en noticia la apertura en Alicante de una nueva librería, alejada de los best sellers, decía la información, y especializada en clásicos y en referencias que resulta difícil encontrar en grandes almacenes. En la habitual reunión de primera de este periódico, donde cada responsable de área cuenta las novedades que plasmará el periódico al día siguiente, el jefe de Cultura, Rogelio Fenoll, estuvo ágil al anunciar: «Noticia: abre una librería en Alicante». Pues sí. Porque lo habitual hasta que dejó de ser actualidad era que las librerías echaran el cierre. Les deseo lo mejor a los propietarios del negocio, benditos sean, aunque permítanme revelar lo primero que pensé: hay que echarle huevos. Las librerías constituyen la última esperanza para la salvación de Occidente, el último resquicio de liberación de una sociedad que ha perdido el gusto por olisquear las páginas de un libro con el placer y el regodeo del perfumista. Pero, ay..., imagino el reto del librero que está forzado a convivir con una sociedad de wireless, wifi, widgets, websites y demás anglicismos de la modernidad que comienzan por uve doble. Pienso, sin embargo, que los fans de la uve doble (yo mismo) son perfectamente complementarios con la acción de sumergirse en las páginas de Stendhal o Maupassant. No hay nada anómalo en eso. Paralelamente, y esto es un pero, la sociedad occidental, y la española en particular, se alimentan cada vez más de toda esa colla de lerdos que convierten en trending topic un programa de la tele cuyo atractivo principal es que la gente conviva desnuda. Si tuviéramos la misma curiosidad mórbida en leer a William Blake que en ver un par de tetas en horario de máxima audiencia, es probable que una turbamulta hubiera asesinado ya a Wert nada más salir del Ministerio. Estarán pensando que no tiene nada que ver, pero me parece más emprendedor el empresario que decide abrir una librería y prescinde de Dan Brown, que el pequeño Nicolás de turno loco por ver qué hay detrás de los calzoncillos de un tronista o del sujetador de Mercedes Milá. Libreros del mundo, uníos.

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