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Isabel Vicente

Divino tesoro

En un mundo en el que si no te llamas Meryl Streep puedes darte por amortizada a partir de los 40, no es raro lo que le ha ocurrido a Renée Zellweger que de pronto ha aparecido en público absolutamente irreconocible y más parecida a Antonia San Juan que a la protagonista de El diario de Bridget Jones como habrán podido comprobar a poco que se hayan parado cinco minutos delante de la tele o hayan echado un vistazo a cualquier periódico, porque las fotografías de la actriz después de pasarse con el bisturí han dado la vuelta al mundo. No es la única. Hay por ahí miles de ejemplos del desastre que puede ocasionar un exceso de botox o de cirugía pero millones de personas siguen dispuestas a vender su alma al diablo para frenar el paso del tiempo. Vivimos en una época y en una cultura en la que la juventud y la belleza lo es todo y en la que con un buen físico uno puede triunfar o hacerse famoso aunque no sepa dónde está la Alhambra o sea incapaz de hilvanar una frase coherente, como acabamos de ver esta semana en ese infausto programa que ha estrenado la Cuatro con el que medio país anda alucinando y no precisamente porque sus protagonistas vayan desnudos. Si encima te dedicas al cine y ves cómo, en cuanto te salen tres arrugas, pasas de estar cotizadísima a que no te llamen ni para anunciar galletas, no es raro que te lances de cabeza a las manos del cirujano plástico para prolongar ese estado de gracia que te da la juventud.

Ni siquiera los que no vivimos de nuestro físico somos inmunes a la tiranía de mocedad, y ahí andamos, luchando desaforados contra los michelines y la celulitis, probando los sérum y las cremas milagrosas a ver si hay suerte y comprando la ropa en la planta joven para aparentar menos y seguir siendo visibles unos añitos más, algo fundamental incluso para comer, dado que a partir de los 50 tienes más posibilidades de que te caiga un meteorito que de que te contraten. Ya no tenemos derecho ni a ser viejos. Ahora entramos en la tercera edad, y sólo admiramos esas caras llenas de arrugas y sabiduría cuando proceden de una anciana de Bolivia o de un indio quechua. En el mundo occidental lo suyo es correr en chandal con la bebida probiótica en la mano y jugar a la comba con el nieto.

Sí, es verdad. Lo de la Zellweger me ha llegado al alma y ando jorobada con lo de la edad, pero me tienen que perdonar. Es muy difícil recuperarte después de meterte en el bar equivocado y que un jovenzuelo capullo incapaz de leer una frase de corrido te suelte que no has pasado la ITV.

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