Acabo de escuchar a Paciencia Melgar Ronda, misionera en Liberia de la Congregación de la Inmaculada Concepción durante 15 años, en una rueda de prensa, dar las gracias a todas las personas que intervinieron, desde su traslado con el misionero que cuidaba hasta al Gobierno por acogerla sin ser española, a la Sanidad Pública Española y a los profesionales que la cuidaron; a sus compañeras de congregación por las «lágrimas derramadas» por ella, así como a los medios de comunicación por el interés que se han tomado y el cariño con la que la han tratado.

También ha dado gracias a Dios por su curación, citando a Teresa de Jesús: «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Nos ha confesado que ha sido una experiencia única en su vida. Sabía que cuando la aislaron ella también moriría. «Nunca me faltó paz y seguridad» ha dicho, pero ha sido muy duro.

Visiblemente emocionada ha hecho un llamamiento por los «vulnerables de la Tierra». «Pido, ruego y suplico a todos los países del mundo ayuda internacional. Dejar atrás las diferencias porque no es un problema de África, es un problema del mundo. Se han cerrado colegios -proseguía- hospitales, la economía ha disminuido, las empresas paralizadas, el paro muy alto. Por favor -y ahí va el llamamiento- «haced lo posible para que salgamos del ébola».

También apuntaba que tenía pena dejar atrás a personas involucradas en el grave problema. Congregaciones católicas, ONG, voluntarios, todos ellos luchando contra la epidemia sabiendo que la mayoría de personas, inclusos ellos mismos, están sin futuro y con miedo a contagiarse. Paciencia ha terminado su mensaje con esperanza. «Espero que un día hayamos desterrado el ébola.

Respecto a Teresa Romero, se ha mostrado muy contenta de su curación. Con ganas de verla y abrazarla. Y ha apuntado con emoción y modestia, que una pobre religiosa de «sangre negra» venida de África, ha contribuido a su curación.

En los comentarios de INFORMACIÓN, recojo unas palabras sobre la colaboración de EE UU con aviones y personal médico: «Tanta dialéctica, tanta charla vacía. Qué más les da que mueran de disentería, de hambre o de malaria. De sida también. Por qué no. Pero ahora es distinto. El ébola, ¡oh! El ébola. Ha saltado la alarma, incertidumbre, miedo, ¿por qué?, porque ya no se trata de enfermedades y necesidades primarias en unas personas que tuvieron la desgracia de tener la piel oscura y haber nacido en África». Clama al cielo. ¡Ahora sí! Ahora saben que la enfermedad traspasa fronteras y si llega a algún país, la cadena de contagio se puede convertir en incontrolable. Y las conciencias se remueven pero es por propio beneficio. El ébola mata y apenas se tiene tiempo ni capacidad de reacción ante una epidemia que vuela más que corre. ¡Ahora sí! Aviones, personal sanitario, lo que haga falta para parar la epidemia, no vaya a ser que este planeta, donde un tercio de individuos mueren de hambre a miles diariamente, toquen el inmaculado templo de la civilización occidental. Pues ellos (africanos) también son hombres, mujeres y niños a los que hay que mirar y mimar. Una cosa es respetar sus culturas y otra solidarizarse con la plaga que sufren. Pero no por el egoísmo de las naciones (en riesgo de contagio), sino por humanidad. Cuando las barbas de tu vecino veas... El miedo lo puede todo, tal vez hasta solucionar la nefasta situación de esta pobre gente. Pues aunque así sea ¡adelante!, que paren tanta masacre. Son seres humanos como nosotros, con nombres, con familias, con vidas que les pertenecen sólo a ellos y no se les puede dejar en mísero abandono como hasta ahora.