Tiempo extraño este. Pendientes de una habitación incomunicada en Madrid; pendientes de qué y cómo y a quién se consultará en Catalunya; pendientes de cómo se organizarán los partidos de izquierda que, nos dicen las encuestas, pueden ganar en el País Valenciano y hasta en las Españas; pendientes de las resoluciones judiciales en mil y un caso de corrupción, de los que ya hemos perdido cuenta y memoria de su origen; pendientes de cuentas que no cuadran en eso que dicen salida de la crisis. Dependientes, en fin, de un tiempo pasado que nos tiene atrapados en un presente eterno que quiere confiar en sanación, diálogo, consenso, alumbramiento de lo nuevo, limpieza, transparencia? pero que no alcanza a precisar ni todos los términos de la novedad ni a definir exactamente qué cosas del pasado son prescindibles y cuáles dignas de conservación. Esta, seguramente, es la característica de nuestro tiempo, un tiempo nulo, dado a la negatividad de lo conocido, abierto a nuevas experiencias pero débil a la hora de afirmar positivamente lo deseado: las opiniones más llamativas son las que se limitan a pedir que mañana no se haga lo que se hizo ayer.

Y por eso el pasado invade las horas presentes y nos confunde. Así: deberíamos sentirnos felices del afloramiento de nuevos casos de corrupción, de la apertura de nuevas causas judiciales por este motivo, porque eso significa que hechos pretéritos ven la luz, para que pueda haber madrugada en nuestra memoria y lección para el porvenir. Y sin embargo muchos ciudadanos asimilan esos hechos a corruptelas actuales, incapaces de generar distancia crítica. Quizá una de las manchas en la trayectoria de los partidos, de los medios de comunicación y de las principales asociaciones socio-económicas, así como de los intelectuales, es que se muestran demasiado ocupados por lo institucional, dejando sin cubrir ciertas obligaciones pedagógicas en la sociedad civil, abandonada a su destino, confundida con el mercado. Una sociedad civil, se diría, en la que todo sucede a la vez, indiscriminadamente, porque las noticias surgen en un entorno que carece de pautas que faciliten su comprensión, cómo sí acontece en la política institucional -elecciones, selección de candidatos, sesiones parlamentarias?-. La sociedad civil no aprende a dimensionar su propio tiempo, perdiéndose en un laberinto de simulacros y espectacularización mediática. En los debates semanales con mis alumnos me encuentro con un problema cultural: les cuesta mucho discernir lo importante de lo que no lo es, porque lo esencial es lo «sorprendente». Así, a base de una renovación interminable de la sorpresa, los sucesos acaban por ser siempre idénticos a sí mismos y lo insustancial desborda a lo estructural. La corrupción, parece, no acaba nunca, y en ese marasmo aparencial «todos son iguales».

De la larguísima, frívola y desabrida epístola de Sonia Castedo, sólo me interesó una cosa: su incapacidad -que presumo sincera- para no discernir entre las diversas causas y fuentes de responsabilidad. Cuando un/a político/a se ubica mental y sentimentalmente en esa deriva sólo puede considerarse a sí mismo inocente. Y la gran mayoría de los ciudadanos sólo podemos considerarle culpable. Y es que, en buena medida, la articulación de los argumentos de unos y otros dependerá de la evaluación de los hechos en relación con el tiempo: lo que para ella son pequeños hechos aislados ocurridos en un pasado relativamente lejano, para la ciudadanía -y para la policía- son hitos de un relato coherente, sostenido en el tiempo y que llega hasta hoy: esos mismos sucesos, reprochables para cualquier demócrata, siguen ocurriendo, seguirán ocurriendo mientras sea alcaldesa, aunque fuera absuelta o se sobreseyera el procedimiento judicial. Porque los hechos son hechos: el último vínculo que tenemos con la realidad, la última ilusión de que la política tenga visos de veracidad. Por eso las conclusiones a las que se lleguen pueden ser divergentes. Personalmente, como ciudadano, quiero que Castedo dimita, ya, por amor a la ciudad y a la decencia democrática. Como militante de izquierdas quiero que no dimita y que encabece la lista del PP, porque eso le quita votos al partido conservador, retrata su podredumbre colectiva y posibilitaría, probablemente, que la candidata del PP que más concejalías cosechó, sea también la que sufra la mayor pérdida de ediles. Y yo prefiero mucho más eso que una condena penal, que verla encarcelada, multada, inhabilitada.

Son solo ejemplos, inevitablemente cercanos, de cómo la espera a la que estamos sometidos no es lo mismo que la esperanza. La espera es una situación de facto, la esperanza hay que construirla; pero tengo la impresión de que faltan algunas semanas para que se desbloquee el horizonte. Y años para reedificar una narración plausible de lo que nos ha pasado y de lo que legítimamente tenemos el derecho y la posibilidad de alcanzar. La buena noticia es que, queramos o no queramos, somos sujetos históricos, estamos en la historia, aunque algunos no se den cuenta. Y la historia nos llama, aunque no la escuchamos, todavía.