Esta semana se han conmemorado los cuarenta años del mítico Congreso del PSOE, celebrado en la localidad francesa de Suresnes, que nombró como Primer Secretario del partido a Isidoro, acompañándole en la dirección otro destacado miembro del clan de los sevillanos, Andrés. Felipe González y Alfonso Guerra representaban un cambio generacional en el partido y un impulso decidido a renovar las formas organizativas y a abrir un proceso de reflexión política profunda y prolongada en el tiempo.

Es cierto que las resoluciones del Congreso estaban tocadas por la inmediatez histórica y tenían la mirada puesta en la lucha contra el franquismo y a favor de las libertades y la democracia, si bien, también es cierto que la dirección nacida en aquel cónclave facilitó el debate en el seno de la organización para ubicar ideológicamente el partido en la línea de la socialdemocracia que imperaba en Europa. Un debate que no se antojó fácil, puesto que el camino que tuvo que recorrer la organización sufrió alguna parada inesperada. El corolario del proceso se vivió en el año 1979 cuando Felipe propuso en el Congreso celebrado en el mes de mayo la eliminación del marxismo de los principios del PSOE. Obviamente, la propuesta del que fuera Secretario General representaba el punto de inflexión ideológico del partido, pues con ella se dejaba atrás los inicios en los que se sustentaba, y se sustenta, el socialismo y se abrazaba una nueva idea que entroncaba con la socialdemocracia de los países europeos.

Como decía, el debate no fue fácil, puesto que Felipe perdió la votación y dimitió del cargo, teniendo que nombrarse una gestora para que dirigiera el partido hasta el siguiente Congreso. En el otoño del mismo año se celebró el Congreso en el que Felipe volvería a proponer la eliminación del marxismo, y esta vez la votación arrojó el resultado favorable al proponente y volvió a asumir la Secretaría General. El giro que había dado el partido tuvo su plasmación hacia el exterior en la moción de censura que Felipe presentó contra Adolfo Suárez, y que trajo como consecuencia el resultado electoral que ningún otro partido ha conseguido igualar en la historia reciente de España.

La pregunta que nos hacemos ahora es si estamos viviendo de los rescoldos de aquel trabajo que partió de la localidad francesa.

La situación política y jurídica actual ha cambiado sustancialmente. Los partidos políticos de los años setenta tenían tan sólo un escenario político, el Estado. Cualquier pretensión política se circunscribía a la acción, más o menos intensa, del Estado. De hecho, la conquista del socialismo democrático en España fue el Estado del Bienestar, esto es, un Estado protector, que sostenía la educación, la sanidad y las prestaciones sociales y las pensiones como base estructural. Pero, mientras se iba construyendo el Estado de Bienestar, España se estaba constituyendo en Comunidades Autónomas y desarrollando el Estado autonómico; más tarde, España se unía a Europa. Una Europa que ha evolucionado y ha hecho evolucionar con ella tanto el sistema político como el ordenamiento jurídico de nuestro país.

En la actualidad las resoluciones o las consecuencias del Congreso de un partido político de nuestro país ya no tienen la posibilidad de generar el camino y llegar al destino que inició Suresnes. Hoy España ya no es el único escenario, sino que principalmente el trabajo político debe hacerse en Europa, a través de la confluencia de las organizaciones políticas comunes en el ámbito europeo y pensando el futuro desde una visión europea y europeísta.

El PSOE ha celebrado un Congreso este año que ha facilitado la renovación generacional. Sin embargo, aunque en España haya temas internos de importancia que tratar, nuestro futuro depende de la política europea y el futuro del PSOE depende de protagonizar la formulación de la socialdemocracia europea.