Tal vez reunió el escritor ampurdanés Josep Pla un buen resumen de los contrasentidos, o cuando menos, de las dificultades por encontrar explicaciones claras para aspectos identitarios de los que se han apropiado los partidarios de la secesión de Cataluña del resto de España. Piensa el escritor Karl Ove Knausgard que escribir es sacar de las sombras lo que sabemos y en las 30.000 páginas que escribió Pla durante su larga carrera como periodista y escritor, apenas dejó rastros de su actuación durante la guerra civil española ni de aquel tiempo en que, bajo el mando de Francesc Cambó y formando parte del llamado SIFNE (Servicios de Información de la Frontera Nordeste de España que Cambó puso a disposición del bando rebelde), ejerció Josep Pla de informador en compañía del también periodista Carlos Sentís, llevando a cabo, entre otras cosas, informes del movimiento de barcos con destino a la España republicana o de hacer listados de los refugiados que huían a Francia ante el avance franquista.

La pertenencia de Josep Pla al aparato de propaganda del bando franquista durante nuestra guerra ha sido un tema muy controvertido entre los nacionalistas catalanes y, por extensión, entre los nacionalistas valencianos que a pesar de las evidencias han tratado de ocultar una clara realidad pensando acaso que la negación de una verdad contrastada puede dar lugar, con el paso del tiempo, a una verdad acorde a su ideario político. Cualquier afirmación sobre la cercanía de Pla al franquismo que he tenido la oportunidad de comentar, en alguna ocasión, con nacionalistas catalanistas me ha sido siempre debatida con ese tipo de vehemencia del que no quiere asumir un hecho cierto por claro que este sea. Un nuevo libro de Josep Guixà (Espías de Franco. Fórcola Ediciones, 2014) viene a esclarecer, gracias a su abundante documentación, de una manera evidente y definitiva el apoyo que tanto Cambó como Pla otorgaron al bando franquista.

Lo extraño de la exaltación de la figura de Pla que se hace en Cataluña desde hace algunos años deviene del hecho de aludir a su condición de escritor catalán, pero, al mismo tiempo, de olvidar que buena parte de su obra la escribió en castellano; o del hecho de que los que ahora afirman a Pla como referente intelectual catalán hubiesen sido delatados durante la guerra por el propio Pla, que estuvo al servicio del espionaje franquista durante media guerra civil. El SIFNE en el que colaboró tenía como misión no sólo recoger información y hacer propaganda, sino que también ayudó a escapar a partidarios de la Lliga Regionalista, partido creado por Cambó entre cuyos aciertos hay que destacar el de haber sido capaz de unir en su partido a los jóvenes de la alta burguesía catalana conservadora para los que el catalanismo era puro sentimiento romántico. No debe de extrañar, en cualquier caso, la ayuda de Cambó y Pla al bando franquista durante la guerra. Las similitudes entre Falange y la Lliga Regionalista en los años anteriores a 1936 dejan poca dudas sobre la orientación política de ambos partidos.

Lo paradójico del movimiento secesionista actual, de una parte de la población catalana, es que su implantación es más profunda en la parte más joven de la sociedad que, a priori, y pese a haber vivido toda su vida en una Comunidad Autónoma con un grado de autonomía casi absoluta, ha germinado en su conciencia la idea de que constituyen un pueblo oprimido por el Estado español, es decir, por el resto de CC AA a las que tienen que entregar el fruto de su esfuerzo como si de un feudalismo se tratase. Sería digno de estudio, por parte de los sociólogos, esa moda nacionalista que comenzó a desarrollarse en España a principios de los años 90 entre los jóvenes llegados de los pueblos a estudiar a la Universidad.

Tampoco ha ayudado a reconducir la situación la irresponsable actitud de la derecha española. Una derecha que vio con buenos ojos que el Partido Popular, con José María Aznar a la cabeza, pactase un acuerdo de gobierno con CIU en 1996 cuando ganaron las elecciones al PSOE por tan sólo 300.000 votos, pero que en tiempo record convirtió a los catalanes en ejemplo de todo lo malo. Aún se recuerda al grito de «¡nos lo dan todo!» a los diputados catalanes eufóricos por los pasillos del Congreso poco después de aquellas elecciones del 96, cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad o Álvarez Cascos se iba de bares con el peneuvista Xabier Arzalluz.

Nos recuerda Guixà en su libro que después de la guerra, la derecha catalana que apoyó a Franco, el germen de CIU podríamos nosotros añadir, se disfrazó de perdedora para unirse en sus reivindicaciones nacionalistas a los que de verdad habían perdido la guerra. Sólo así se explica el reconocimiento que las instituciones catalanas han hecho de conocidos franquistas como Salvador Dalí o como Cambó que tiene estatua y una avenida con su nombre en las calles de Barcelona.