En Alicante hace mucho que vivimos la insignificancia, pero hablamos y nos comportamos como brillantes orgullosos, y eso nos lleva, como ciudad, a un callejón sin salida. Es urgente la reflexión y la acción para abrirnos un nuevo camino. A esto le he dado vueltas tras la reciente lectura de la última novela de Milan Kundera La fiesta de la insignificancia en la que, de manera divertida y profunda, retoza en ella.

Pero dejemos la literatura y volvamos a Alicante. Tenemos que poner en valor nuestra insignificancia. Llevamos años y años embelesados ante los que nos repiten con voz engolada «lo orgullosos que estamos», que «somos de primera», «todo nos lo merecemos», «la envidia que nos tienen»?, hasta el punto que hemos llegado a creernos que es verdad y hemos confiado nuestro futuro a la suerte de estas creencias. Esto nos puede agradar por la dulzura de la autocomplacencia, pero la mayoría de las veces, lo que nos lleva es a hacer el ridículo; abre la cierta posibilidad de ser rechazados y nos empuja a emigrar física o mentalmente.

No somos brillantes. Es inútil que mantengamos esa impostura, más bien es perjudicial. Hemos de aceptar que tenemos una ciudad demolida -en sentido amplio- repetidamente a lo largo de los siglos; unas veces desde el mar, otras desde el aire, y, al final, desde nuestra misma tierra por los sucesivos piratas propios y extraños, con uniforme o sin él, que nos han elegido para la guerra, para la especulación o para ambas cosas a la vez.

Por ilustrar pondré dos ejemplos contrapuestos. ¡Cómo hablan algunos de los avatares del Hércules CF de segunda B!, como si aún estuviera compitiendo en primera, ¿se acuerdan de «Alicante, ciudad de primera»?; el tono, los adjetivos, los argumentos? ¡pero bueno?! Ánimo el que haga falta, ¡pero los pies en la tierra!, que vinieron a jugar los chiquillos del ilicitano con amplio despliegue de medios de seguridad? En sentido contrario, algo se está moviendo cuando David Sardaña e Iñigo Lanz organizan (en Parking Gallery) la exposición fotográfica sobre Racionalismo levantino y nos ayudan a mirar con otros ojos lo nuestro, haciendo bello aquello que permanecía años como insignificante.

Gestionemos nuestros fracasos con inteligencia, asumamos el riesgo de construir un objetivo colectivo, hablando entre todos sin llamar la atención, construyendo poco a poco, partiendo de la contundente realidad, aprovechando lo que no hemos destruido y poniendo en valor nuestra insignificancia. El presente es muy difícil pero estoy convencida que podemos tener futuro? y también de que podemos no tenerlo si no hacemos nada.