Leo en INFORMACIÓN del martes 30 de septiembre el escrito de don José María Asencio, catedrático de Derecho Procesal de la UA, titulada «Desobediencia civil y referéndum» en la que establece ciertos parangones entre la propuesta secesionista catalana y el concepto de «desobediencia civil», y en la que el autor califica a estos últimos de «irresponsables» y «fomentadores de movimientos que alteran la paz social, que en un sistema democrático debe ser mantenida por todos los medios posibles». De acuerdo en lo de los catalanes, no así en lo demás.

No hace falta estar familiarizado con ninguna rama del Derecho para poder opinar al respecto; no obstante, me parece oportuno, como punto de partida de mi contestación, que el Derecho Natural es el ordenamiento jurídico, objetivo e inmutable, que nace y se funda en la naturaleza humana y que, a diferencia del Derecho Positivo, cambiante y distinto para diferentes comunidades, no debe su origen a la voluntad o intervención normativa de ninguna autoridad. Esa última es la razón de que existan legislaciones salvajes e injustas que condenan a la muerte por lapidación por adulterio o que, ante una violación, castigan a la violada en vez de al violador. Por eso yo pienso que el Derecho Natural siempre deberá primar sobre el Derecho Positivo, por encima del cual, de todas formas, siempre estará el Derecho Independiente que, a decir de Fernández-Galiano, se justifica en la exigencia misma de introducir y hacer primar en los conceptos de Derecho y Estado el valor intrínseco y fundamental de las personas, a cuyo servicio se debe colocar todo el ordenamiento jurídico.

Por eso y por mucho más creo que está usted equivocado o que confunde el culo con las témporas al hablar del concepto de desobediencia civil en los términos en los que lo hace. La desobediencia civil encarna la capacidad de pensar y decidir de las personas y dimana directamente del Derecho Natural; situarlo en el contexto de una decisión política derivada del Derecho Positivo es, como mínimo, inapropiado. Pero hay más: desde mi punto de vista y el de muchos más que piensan como yo, la desobediencia civil no solo es un concepto sin cuernos ni rabo, sino que es, además, la única manera permisible en un régimen democrático que tiene el individuo de defenderse frente a las ofensas de gobernantes indignos como los que a nosotros nos toca soportar. Indignos porque han antepuesto al derecho de las personas la conveniencia de unos entes abstractos a los que llaman «mercados» y que, en última instancia, no son más que nidos de especuladores sin escrúpulos. Indignos porque han preferido dar el dinero de todos nosotros a los ladrones que nos lo robaron. Porque han preferido engordar a los ya orondos bancos (que, recordémoslo, están haciendo un auténtico agosto en esta estafa a la que llaman «crisis») a atender al bienestar de los mayores, que ven día a día cómo pierden poder adquisitivo. Porque han preferido el beneficio de unos pocos al bien común, a una Sanidad digna... Porque han preferido contentar a sujetos tan repugnantemente avariciosos e insolidarios como el señor Rosell, pongo por caso, a proteger la dignidad de las familias y su derecho a vivir de un salario decente. Porque, en suma, si antes tuvimos a un gobierno de incompetentes, hoy tenemos a un gobierno que ha faltado una por una a todas sus promesas electorales: a un contrato; algo que podría poner en la cárcel por estafa a cualquier otro mortal de los por ellos gobernados.

Y tenemos que soportar el cinismo de ministros que nos dicen que los salarios «suben moderadamente» mientras todos conocemos la terca realidad; y que, encima, nos quieren dar clases de aritmética mientras ellos gozan de unos privilegios absolutamente reprobables e injustos, mucho más en situaciones como la presente. Están tiranizando a la ciudadanía, abusando de ella a las claras. Y se burlan abiertamente. Vea usted, si no, los «Presupuestos de la Recuperación» que hoy ha presentado el señor Montoro.

Por eso yo me siento orgulloso de contarme entre aquellos a los que usted llama irresponsables y agitadores. Porque yo tengo dignidad y por eso me adhiero sin fisuras al principio de la Desobediencia Civil, antes que al adocenamiento. Y estoy orgulloso de pensar, como Solzhenitsin, que «apenas el pueblo deja de temer la fuerza del tirano, su poder se derrumba».

Y estaría también al lado de los manifestantes de Hong-Kong (noticia de la página 37), cuyas protestas en demanda de la democracia que usted defiende, se encienden aún más a causa de la represión policial, uno de los «medios posibles» que usted justifica para mantener el orden.

Thoreau, de quien Henry Miller dijo que era un tipo de persona que «de haber abundado hubiera provocado la inexistencia de los gobiernos; a mi parecer, la mejor clase de hombre que una comunidad puede producir», escribió en el siglo XIX su más famoso ensayo, titulado «Del deber de la desobediencia civil»; porque eso es exactamente lo que es: un deber moral para el ciudadano que se ve ninguneado y descartado por gobiernos que dictan leyes en su contra. Leyes perversas y, por lo tanto, esencialmente malas. Y suscribo totalmente las palabras de M. L. King: «La no cooperación con el mal es una obligación moral, en la misma medida que lo es la cooperación con el bien».

Locke, en el siglo XVI, fue el gran precursor de la rebelión civil. Según Locke, «siempre que alguien -incluidos los príncipes y los magistrados- invada por la fuerza el derecho de los demás, será culpable del mayor crimen que un hombre es capaz de cometer y se pone a sí mismo en un estado de guerra con aquellos contra los que esta fuerza es empleada». Para Locke, «los gobernantes que actúan contrariamente al fin para el que fueron instituidos [?] destruyen la autoridad que el pueblo les dio». Ante una situación semejante, «al pueblo le está permitido combatir a los gobernantes que se han colocado en rebeldía, y todo el derramamiento de sangre, toda la rapiña, y toda la desolación que el derrumbamiento de los gobiernos acarrea a un país son por completo responsabilidad de estos últimos». Y hoy y aquí, el instrumento de que los gobernantes se sirven son las leyes que promulgan. Y la fuerza policial para hacerlas obedecer.

Seguramente Locke influyó en Thoreau, como este influyera en personajes como King y como Mahatma Gandhi quien, desde su postura vital de desobediencia civil, dijo que «si un gobierno comete una injusticia grave, el ciudadano tiene que retirarle su colaboración [...] impidiendo que los dirigentes cometan sus fechorías». Y nuestros dirigentes cometen fechorías nunca antes vistas.

Las leyes, como usted sabe, no buscan la Justicia como primer objetivo. Las leyes buscan en primera instancia la conveniencia de quienes las promulgan; luego, si ha lugar, todo lo demás. Y de eso le podría dar algunos ejemplos que no vienen al caso por razón de espacio. Hay leyes injustas y es nuestro deber moral como ciudadanos el rebelarnos contra ellas y luchar por la Justicia.

Estoy contento de asumir enteramente las ideas de Locke, de King, de Gandhi, de Thoreau, de Montesquieu, de Voltaire, de Rousseau y de tantos otros personajes que tuvieron el coraje de rebelarse y confieso que siempre estaré en contra de un Estado que se declare enemigo del ciudadano.