Excalibur es el nombre del día. Un nombre que hasta ayer sonaba a cuento. A un reino con espadas mágicas, donde las decisiones se tomaban en torno a una mesa redonda y el mago, el rey y los caballeros eran los que partían el bacalao. Hoy, el cuento es muy diferente. Excalibur es el perro de la enfermera infectada por ébola que va a ser sacrificado y no hay espadas mágicas sino jeringuillas. Sin embargo, el ambiente tampoco difiere mucho de aquel que veía el Rey Arturo desde su castillo. Las decisiones siguen en manos de unos pocos - a los que el título de caballeros les viene un poco grande, por cierto - el pueblo las asume con mayor o menor agrado y hasta los magos siguen presentes, aunque ahora con bata blanca y título de doctor en el pecho.

Ayer, la Comunidad de Madrid confirmaba que sacrificaría al perro de la mujer contagiada y su marido pedía ayuda en las redes sociales para salvar al can. Desde entonces, los mensajes de apoyo y de desaprobación se han multiplicado exponencialmente en la red y en los medios. Por un lado los defensores de los animales que anteponen la vida del perro por encima de temores y alarmas. Enfrente, los que piden el exterminio total de cualquier indicio del virus, caiga quien caiga por el camino. "No podemos arriesgarnos", señala el presidente del Colegio de Veterinarios de Madrid, mientras que el mayor experto mundial sobre el virus sostiene que "no hay que matar al perro porque es importante desde el punto de vista científico".

Al final la batalla la ganarán los de siempre, los que mandan desde su mesa, ya sea cuadrada o redonda. Aquellos que quieren acabar por la vía rápida con el problema que sus malas decisiones provocaron y confían en que "muerto el perro se acabó la rabia". Lamentablemente, los casos de personas infectadas aumenta al tiempo que se dispara el alarmismo entre la población y Excalibur va camino de convertirse en un mártir del ébola.

Dejándonos de leyendas, la realidad es que la escandalosa serie de chapuzas en la gestión de la crisis del ébola ya se ha cobrado su primera víctima indirecta en nuestro país. Y no, no estamos hablando de que ningún mandamás haya dimitido. Eso, aún en el siglo XXI sigue sonando a cuento.