Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El juez de la horca

Cuando el asistente indicó que el partido se prolongaría tres minutos, le comenté a mi compañero de suplicio que si el árbitro quería ser coherente debería alargarlo algunos más hasta expulsar a otro jugador del Elche por carraspear o señalar un nuevo penalti por violación del espacio aéreo. Una actuación tan rematadamente colosal merecía la guinda de una extravagancia postrera que hiciera honor a uno de esos saraos arbitrales que se dan muy de vez en cuando en el patio de Alcalá-Meco pero son habituales en un campo de fútbol. Los protagonistas suelen usar un latiguillo para describir estas situaciones chocantes: «Los árbitros también se equivocan». Incluso hay quien va un paso más allá y habla entonces de que «el árbitro no tuvo suerte». Con matices, claro. Los beneficiados esbozan una media sonrisa traviesa mientras que los perjudicados se muerden los labios indicando que quien realmente se equivocó fue la madre del árbitro.

Pero sabemos desde hace siglos que no hay «personas afortunadas», sino «sucesos fortuitos» y desde luego lo sucedido el sábado en Almería difícilmente sería considerado «fortuito» por el alma más piadosa. No elaboro una teoría de la conspiración contra el Elche, sino que expongo la certidumbre de que mostrarse severo con el forastero humilde es una práctica tan antigua como descubrir el fuego frotando dos piedras. Y dado que el Elche es un forastero humilde incluso antes de que a alguien se le ocurriera frotar dos piedras y quemarse las manos, el via crucis forzoso del equipo es tropezar cada cierto tiempo con un pitagorín del silbato con los modales de una vedette y el instinto de supervivencia del gato de Alicia. Un dato incontestable es que el árbitro rescató por tres veces al Almería del colapso inminente con otras tantas decisiones escandalosas para un observador medianamente parcial y simplemente lamentables para uno objetivo: una falta fuera del área señalada como penalti, una expulsión digna de uno de esos tipos que decapitan a occidentales en Irak y un gol concedido al Almería en el que sólo faltó que el delantero se llevara como trofeo la cabeza del portero del Elche. Es posible que el árbitro tuviera «un mal día» (había olvidado mencionar este pretexto también de uso común aunque sea evidente que «el mal día» lo tienen sus víctimas), pero es inverosímil que los errores siempre sean cargados en la cuenta de uno de los dos equipos. Por expresarlo suavemente, el Almería tuvo suerte, nosotros no y el árbitro se comportó como un genuino caballero español agradeciendo la hospitalidad del anfitrión. Sin novedad, señora baronesa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats